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COSAS DE DUENDES

El peor padre

En la mañana, cuando dejo a mis hijos en el colegio, suelo coincidir con un señor que también lleva dos niños, pero mucho más pequeños que los míos. Él acostumbra a desmontarse, abrir las puertas del vehículo, bajar a los niños, tomar sus mochilas, entregárselas, besarlos, abrazarlos y los acompaña hasta la puerta del colegio. Yo le he puesto “el papá perfecto” y, en broma, lo critico con mis hijos porque, mientras lleva a cabo su ceremonia de despedida, nosotros tenemos que esperar debido a que bloquea la zona de estacionamiento.

En estos días se me ocurrió que, tal vez, no sea un papá sino un abuelo, porque tiene la cabeza blanca por las canas y, como dije, los niños son pequeños. Mi hija Laura preguntó que si es que yo pienso que los papás no se comportan tan cariñosos. Admití que también hay algo de eso. La verdad es que un padre de familia, en plena etapa productiva, que deja a sus hijos en la escuela, suele andar más de prisa.

Laura me dio la razón. En ese momento, intervino el único hombre en el auto, mi hijo Jorge, para defender a los varones. Pero como Laura se pinta solita para un debate, surgieron en la conversación otras críticas a los padres. Yo no diría que injustas pero sí poco misericordiosas. Pues, creo que cada padre es producto del papá que le tocó y si usted logra ser un ínfimo gramo mejor que el suyo, ya merece un reconocimiento.

Un padre, y una madre, cargan a cuestas una maleta de la que sacan las cosas que recibieron y, a su vez, se las entregan a sus hijos. Algunas resultan odiosas: una manera de corregir agresiva, con golpes, gritos y castigos. También, falta de apoyo emocional o económico, indiferencia y rechazo. Todo esto, cuando viene de nuestros padres, causa heridas profundas. Pero no es lo peor que nos puede suceder.

El padre que más duele, el peor papá, no es aquel con el que discutes, al que críticas; aquel que no te da lo que esperas o que no ves con la frecuencia que desearías. El peor papá es el que no está. Lo sé porque el mío partió hace 32 años. La ausencia es el peor de los padres. El vacío es el padre que más duele.

Cualquier padre, aunque no se haya desmontado nunca para abrazarnos cuando nos dejaba en el colegio, aunque nunca haya parado el tráfico para cargarnos la mochila, como el papá perfecto que mis hijos y yo vemos cada mañana. Cualquier padre, imperfecto, lleno de fallos y debilidades, a menos que sea una amenaza para nuestra seguridad o nuestra integridad, cualquier padre defectuoso, siempre es mejor que ninguno.

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