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LA CUARTILLA

Esperar con la lluvia de fondo

Hoy no podremos jugar. Ella no podrá hacerlo con la libertad de siempre. Al fondo, la lluvia. Nada me queda más que esperar una nueva oportunidad de estrecharla, digamos que en uno de esos abrazos en los que abandonamos la vida con todos esos sinsabores cotidianos, para abordar otras esquinas de esa misma vida, cerca de sus poros, de su aroma a mujer perpetua contra viento y marea. Es así. Al abrazarla me recuerdo a mí mismo, salgo de mis olvidos y recaudo, entre mil, o mil y una caricias—pueden ser más, pero nunca menos—, que determinan que sin ella no tengo identidad, o sí, la tengo: una identidad del vacío.

Son estos jardines humedecidos por la lluvia y la brisa fría de este enero de tránsito y paso rápido que me hacen recordarla a cada minuto. Ella misma es un recuerdo vivo de lo que no he perdido y de las infinitas posibilidades adversas del tipo de colapso que me provocaría perderla, lo bueno de todo es que no soy adivino, aunque he pensado organizar este amor con tal cuidado, que sería casi imposible, ausentarnos de los dos, porque de eso se trata, de jugar al juego de los dos.

El juego de los dos que ambos pautamos hace algunos meses, es no faltarnos ni siquiera en la distancia. Hemos inventado códigos de cercanía permanente, que van más allá de los teléfonos móviles, los mails o las redes; es una conexión de pensamiento que nos permite reír al mismo tiempo, llorar al mismo tiempo, compartir al mismo tiempo, incluso incitarnos a la lujuria al mismo tiempo. Es una conexión especial que ustedes deberían buscar en algún recodo de ustedes mismos, por supuesto, no sé si hay alguien como ella en sus espacios vitales. No lo sé.

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