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¿QUIÉN ESTÁ EDUCANDO AL PUEBLO?

“¿Por qué se agobian?”

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Maruchi R. de ElmúdesiSanto Domingo

Todas las lecturas de hoy tratan del amor de Dios a nosotros sus personas favoritas. Son una verdadera declaración del amor de Dios. Y es que Dios está siempre pendiente de nosotros. No sé por qué nos agobiamos.

Muchas veces nos desesperamos cuando nos suceden cosas de las que no estábamos preparados, y perdemos la confianza en Él, que siempre vela por nosotros, y como nos dice el Evangelio según San Mateo que leemos hoy: “Por eso les digo: No estén agobiados por la vida, pensando qué van a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Miren a los pájaros; ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre Celestial los alimenta. ¿No valen ustedes más que ellos? ¿Quién de ustedes, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? Si Dios hace esto por ellos, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe? No anden agobiados, pensando qué van a comer o qué van a beber, o con qué se van a vestir.

Los gentiles se afanan por estas cosas. Ya sabe su Padre del cielo, que tienen necesidad de todo eso. Sobre todo busquen el Reino de Dios y su justicia; lo demás se les dará por añadidura. Por tanto, no os agobien por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos”.

Qué inteligentes palabras. Si las hiciéramos vida en nosotros, que feliz viviríamos. Pero el mundo de hoy nos distrae y nos hace agobiarnos con todo lo que vemos a nuestro alrededor.

Quisiéramos resolver todos los problemas y la verdad es que aunque quisiéramos no vamos a poder. Sólo el Señor Rey de todo lo creado puede hacerlo, pero como respeta nuestra libertad, no “mete su mano” en nuestros problemas, para que nosotros seamos los que los resolvamos.

Una persona muy querida mía me dijo una vez que debemos abandonarnos. Pero, qué difícil se nos hace eso.

El libro “Encuentro”, del padre Ignacio Larrañaga (q.e.p.d.), trae una oración que yo nunca me he atrevido a rezar: es un acto de abandono: “En tus manos, Oh Dios, me abandono. Modela esta arcilla, como hace con el barro el alfarero.

Dale forma, y después, si así lo quieres, hazla pedazos. Manda, ordena. ¿Qué quieres que yo haga? ¿Qué quieres que yo no haga?”. Y otra del padre Charles de Foucauld también del abandono: “Padre, en tus manos me pongo. Haz de mí lo que quieras. Por todo lo que hagas de mí, te doy gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal de que tu voluntad se haga en mí y en todas las criaturas. No deseo nada más, Dios mío. Pongo mi alma entre tus manos, te la doy, Dios mío, con todo el ardor de mi corazón porque te amo, y es para mí una necesidad el darme, el entregarme entre tus manos sin medida, con infinita confianza, porque tú eres mi Padre. Amén”.

Es por eso que me cuesta tanto abandonarme. Quiero ser siempre dueña de mis actos. Y eso es simplemente un acto de ¿orgullo? No sé, porque nunca me he considerado orgullosa. Al menos eso creo. Los demás son los que deben decirlo. Que el Señor Jesús me ayude a controlar mi afán de controlar todo lo que me rodea y me permita abandonarme en el Señor, como lo hizo nuestra Madre María. Amén.

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