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Psicología

Viviendo el dolor

Hay que guardarse, enlutarse para resolutar eso que se perdió. Duele la pérdida de un ser querido, de un órgano, de bienes materiales, de un amor...

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Lily Montaño GrullónSanto Domingo

Todos los seres humanos experimentan alguna vez el duelo. Se trata de un proceso en donde se elabora de forma cognitiva, emocional y físicamente el impacto que genera una pérdida. Es transformar el vacío en sentimientos.

Es guardarse, enlutarse para resolutar eso que se perdió. Duele la pérdida de un órgano, la extirpación de algo de nuestro cuerpo, la pérdida de bienes materiales por fenómenos naturales, o por asalto, robo..., la pérdida de un empleo, de un amor, entre otros, explica Rosaura Gutiérrez, psicóloga, consteladora familiar y educadora.

Dice que emociones como la tristeza, la ira, la frustración, pueden vivirse en este proceso. Emociones inherentes a la condición humana que deben seguir su proceso natural, vivirlas como surgen, porque de no ser canalizadas apropiadamente y en su tiempo, pueden ir creando lo que denominó el reconocido escritor alemán Eckhart Tolle, como el ‘Cuerpo del Dolor’. La especialista explica que esto se refiere a la energía acumulada, que no es más que las cargas emocionales negativas que vamos contrayendo y guardando en la memoria celular de todo nuestro cuerpo. “Con cada manifestación emocional no canalizada adecuadamente se contrae y son guardadas en esas memorias generando luego episodios que son disparados por eventos de afuera, pero que en realidad están almacenados en la parte del inconsciente de sí mismo. Todo dolor-trauma sea físico o emocional del pasado y que en su momento fue usado como patrón de supervivencia impide que el flujo vital circule a través del cuerpo de luz, generando malestar y desconfort”, dice.

La experta comenta que cuando se viven estos procesos, tan particulares, la persona se pregunta si hay un tiempo determinado para vivir el duelo. Indica que regularmente la ciencia y la psicología dan un tiempo de ‘normalidad’ antes que el duelo se convierta en patológico. Hay personas en las que las fases se elaboran y reelaboran más tarde que otras. Señala que Elizabeth Kübler-Ross, médico psiquiatra, fue una de las profesionales que abordó con mucha sabiduría el tema del duelo y señala cinco etapas: fase de negación, un rechazo rotundo al hecho; suele ser una fase que aletarga el cuerpo, mente y espíritu para aceptar la realidad; fase de la ira, suele aparecer luego de la aceptación de la pérdida. “En mi caso ambas fases se fundían y aparecían pensamientos como ‘esto no puede ser’ y ¿por qué ahora? ¿Por qué a mí? ¿Por qué a nosotros? Esta fase es una de la más llamadas a disparar el cuerpo del dolor y es necesario permitirse todo lo que viene”.

Muchas personas que viven esa tristeza profunda, esa melancolía no suelen llevarla a la alegría de seguir, a la esperanza de que estarán mejor las cosas, y entonces se convierte en patología que se denomina depresión. Si la crisis se vive en plenitud, entonces se llega a la quinta fase de aceptación o resolución del duelo.

Es aquí donde el individuo se prepara para retomar la vida. Se deja partir físicamente al ser amado, se vive la esperanza de tener sueños con esa persona, de alguna visita por algún medio, de alguna conexión o la esperanza de encontrarse a la muerte de ambos. Es la aceptación de continuar a pesar de la falta. No es necesario hacer un conteo de estas fases tal cual es narrada, pues se habla de un período de hasta dos años la vivencia, sin ser patológica.

Viviendo el duelo Gutiérrez afirma que: “En mi caso haciendo uso desde la experiencia clínica y la vivencia actual, entiendo que lo más importante es dejar acontecer cada momento de manera consciente hasta que se acomode el proceso adecuadamente, sin pretender seguir el libro y dar cumplimiento a otros. La única manera sana de atravesar el duelo es permitirse vivirlo tal cual aparece en la vida de la persona afectada”.

Añade que cada quien tiene en su memoria almacenadas las creencias y las alternativas que vivió para superar el duelo, es necesario estar alerta al cuerpo, a las emociones que vienen de manera que, sin el consuelo de afuera se permita vivir con intensidad lo que pasa y no dejarlo esconder para ser fuerte o mostrar cómo se supera algo. Al final lo que se resiste persiste y si no emerge en ese momento el cuerpo se encarga de archivarlo en más capa de dolor. Si el individuo no deja de asumir sus funciones aunque se tome el tiempo para resguardarse y enlutarse, le permite ir resignificando la nueva historia. Si logra verlo como oportunidad sin llenarse de cosas para huir de la vivencia, sin volverse adicto para no estar en contacto con su dolor, entonces generará nuevos vínculos, mayor apertura, conexión con las necesidades de sí mismo y expresión auténtica de los sentimientos.

Liberando duelos no resueltos Liberar un duelo significa ponerse en contacto con el vacío que esa pérdida dejó. Darle la importancia que tuvo, las necesidades que deja insatisfechas, de cercanía que genera soledad, de contacto, de conexión física, de compartir vivencias, sueños, etc. Vivir las polaridades de angustia y calma, de sombra y luz; de risa y llanto; de soledad y compañía. Quien no se atreve a vivirlo solo, necesita ayuda para re- significar su vida y darle continuidad a su proceso de evolucionar.

Ayudar a otros a vivir su pérdida La frase: ¿En qué te puedo servir ahora? ¿Qué necesitas de mí en este momento? puede ser la apertura- si tienes el tiempo y la verdadera intención- para acompañar a alguien en ese momento especial de su vida. En un estado de presencia con el otro se dispondrá de la empatía necesaria para ver qué palabras acompañan el discurso del doliente.

01 Saber expresar los sentimientos Al nacer, el ser humano viene envuelto en su cuerpo de luz. Sabe expresar lo que siente a través del llanto, pues es la única forma de que se le preste atención. Poco a poco se va desconectando de esas vivencias auténticas del ser, colocando facetas y caretas que agradan a los cuidadores o figuras influyentes y dejan de ser y sentir. No existen emociones buenas y malas, simplemente surgen como parte de las vivencias del ser humano. Son las que disparan el cuerpo del dolor, por lo que son ellas las alarmas para sanar si la persona está lista para hacerlo.

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