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COSAS DE DUENDES

Donde pone el ojo

En la adolescencia, utilizaba una frase llena de arrogancia cuando hablaba con mi mejor amiga, “María, donde yo pongo el ojo, pongo la bala”. Es decir, si me gustaba un jovencito no paraba hasta conquistarlo. Pero mi enamoramiento permanecía el mismo período que le tomaba al objeto de mi interés fijarse en mí. Lo que me atraía era la cacería durante la cual atribuía al muchacho en cuestión todas las cualidades que aspiraba encontrar en un hombre. Pero en cuanto la presa se dejaba cazar, la fantasía se desmoronaba y perdía el interés. Sin estímulo ni adornos, la perspectiva de un romance, con esa persona, no tenía atractivo. La cercanía rompía la magia. Ahora, me ha ocurrido todo lo contrario con el amor de Dios.

Como cuando sufres un flechazo, la primera vez que hacemos conciencia de la certeza de Su existencia, algo nos sacude. Cambia nuestra perspectiva de la vida. Nos invade la paz porque, pensamos, “si Dios existe, todo cobra sentido. Todo tiene un porqué”. Además, confirmamos que tenemos compañía y que, tras la muerte terrenal, alguien nos espera.

Entonces, a medida profundizamos en ese amor, y el velo que nos impide ver la presencia de Dios desaparece, reconocemos su mano en cada aspecto de nuestras vidas. Comenzamos a entender que tenemos un propósito dentro de un plan, que es Su plan, y tratamos de que Él nos ayude a identificarlo.

Mientras aumenta nuestra intimidad, como los pretendientes, nos entrega diversos regalos. Nos sorprende, nos deslumbra, nos encandila hasta enamorarnos por completo.

Todo lo que anhelamos encontrar al amar, fidelidad, consuelo, compromiso, misterio, belleza, desprendimiento, acompañamiento, apoyo, consejo, protección, generosidad, complicidad y belleza, sin límites, están presentes en el sentimiento que Dios nos entrega.

Con el tiempo, lejos de disminuir, nos llena. Nos hace sentir plenos, completos, aun cuando nos faltara todo. Reconocemos, con humildad, el privilegio de que nos haya escogido. Un privilegio que agradecemos si somos capaces de entender su significado. Comprendemos que todos los intentos para conocer el amor, que antes experimentamos, distan de lo que conlleva descubrir cuánto Dios nos ama y corresponderle. Identificamos el milagro de que seamos nosotros los privilegiados, entre tantos otros. Que, con cada uno, se tomara la molestia de conquistarnos. Y que siempre lo logre. Porque Él, como yo en mi época de adolescente, donde pone el ojo pone la bala.

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