De otra generación

Soy de la generación en que las fotos se colocaban en álbumes y por ende los recuerdos se palpaban cuando, en momentos de nostalgia, queríamos traerlos de nuevo a la vida, y compartir en familia esos mismos caminos recorridos.

De aquella en que las felicitaciones eran más cálidas porque se hacían vivas a través de llamadas, tarjetas, abrazos, contacto cara a cara, no en redes sociales donde la facilidad quita emotividad al acto de demostrar cariño. De esa en que las flores hablaban por sí mismas cuando al sorprendernos, llenaban con su aroma nuestros días especiales.

De esta en que los padres hacían las reglas y los hijos las seguían. De la que daba a los mayores el control en el hogar y a los menores la posibilidad de aprender a seguir directivas.

De la que usaba libros de referencia y observación de la naturaleza para ampliar conocimientos, en vez de sacar del internet los proyectos que otro pensó. De la que caminaba sola por las calles a cualquier hora, sin temor al otro que hacía lo mismo, porque creció sin miedo al ser humano.

De la que vivió en casas que se cerraban con aldabas, y las rejas no eran necesarias. De ésta que aunque participa, usa y aprecia los recursos que tenemos ahora sigue siendo romántica, y que por todo lo vivido se le dificulta: caminar entre minas, vivir entre delincuentes y temer a lo que le rodea.