El arte de adular

En días pasados me urgía conseguir ayuda para resolver una situación que se presentó en una institución a la que pertenezco en estos momentos. Cuando pedí más que sugerencia, orientación, para ventilar mi preocupación y recibir la asistencia que necesitaba, la respuesta del versado en el asunto fue: vaya primero y solicite cartas de recomendación, a la diputada tal, luego al senador, y después al gobernador de la provincia. Con esos documentos en manos se dirige a la autoridad de incumbencia en el asunto, y su solicitud tendrá peso.

Da pesar la realidad que estamos viviendo en nuestro país donde el que no tiene un “padrino” no llega a ningún lado. No importa si tienes derecho, si tienes la preparación, si cumples con los requisitos, si gozas de señoríaÖ no importa, siempre habrá alguien a quien debes tocar, ensalzar o adular para lograr lo que por ley o por educación te corresponde.

Y así se gradúan miles y miles de profesionales que desgraciadamente deben continuar la maestría en “el arte de adular” para poder hacer valer el sacrificio de completar una carrera a base de esfuerzo y dedicación, y poder lograr la ilusión de a través de ella, vivir una vida mejor.

La adulación se ha convertido en parte de nuestra cultura, hasta el punto que muchas veces no sabemos si los halagos que recibimos son sentidos, o son parte de la herramienta que alguien usa para conseguir algún propósito.