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COSAS DE DUENDES

La receta

A las historias de los pueblos están unidas las de sus farmacéuticos. Los negocios de los boticarios que décadas atrás preparaban ellos mismos los ungu¨entos, jarabes y cremas, se trasformaron junto con la sociedad dominicana que también cambió.

En la nariz guardo el olor, dulzón y a medicamentos, de la farmacia de doña Milagros, en El Seibo. En esa época, eran viejos caserones de madera muy iluminados por dentro y, en cada comunidad, el farmacéutico fungía a la vez como médico, todo el mundo le consultaba para adquirir un remedio. Recuerdo la anécdota de un doctor que sufría un resfriado y quiso saber qué debía tomar para mejorarse.

Tampoco olvido la premura de los sábados, si necesitabas comprar una medicina, porque la farmacia cerraba los domingos. Otros recuerdan la solidaridad de quien abría la farmacia, a cualquier hora, cuando se presentaba una emergencia o hasta llegaba a regalar los medicamentos.

Ana Isabel Herrera Plaza, presidenta de la Asociación Farmacéutica Dominicana, rememora cómo ningún enfermo salía con las manos vacías de la farmacia de la doctora Yolanda Marté Nolasco, en Castillo.

“Ella le daba lo que buscaba tanto al que tenía para pagarla como al que no”, dice Ana Isabel.

Sobre la evolución de estos negocios, me cuenta que la medicina artesanal fue sustituida cuando en el país surgió una industria con laboratorios pioneros como los fundados por el doctor Mario Collado, los hermanos Mallen Guerra y Carmelo Aristy. Y, con la modernidad, llegaron las reglas: los horarios rotativos para que los domingos siempre haya una farmacia abierta en cada pueblo.

Yo tenía la percepción errada de que la carrera ahora no cuenta con muchos estudiantes, pero hay escuelas de farmacia en cuatro universidades y solo en la UASD la matrícula alcanza los mil alumnos.

Mientras la población de farmacéuticos llegó a los cinco mil. ¿Qué nos falta? Una ley que regule el precio de los medicamentos, reconoce María Isabel, de eso carecemos.

Pues hoy se celebra el Día del Farmacéutico, y me lleva a pensar en esos sabios detrás de un mostrador que recomiendan medicinas, dan consejos y ofrecen consuelo. O aquellos que siempre sonríen, como Elsa María Pelegrín, otra popular farmacéutica de mi pueblo, cuya afabilidad es la mejor receta para que un cliente regrese en busca de este servicio tan importante para nuestra salud.

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