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COSAS DE DUENDES

El último Papo

El día en que me tocó vestir de novia, mi papá había muerto hacía ya siete años, no obstante, tuve un padre con quien desfilar. Él me entregó al padrino de la boda. Fue idea de mi mamá que mis primeros pasos, con el simbólico traje blanco, debía darlos del brazo de nuestro vecino de toda la vida, don Darío Guzmán, esposo de doña Victoria y padre de siete hijos que son como mis propios hermanos. Don Darío fue la figura paterna que permaneció en nuestra familia al quedar huérfanos. Mi hermano Henry recuerda que cuando mi papá murió, en 1985, don Darío le dijo: Cuto se fue, pero ahora yo soy su papá. Cumplió su palabra.

Él, su esposa y sus hijos nunca nos abandonaron. La mano solidaria de esa familia me sostuvo al graduarme en la universidad. También, durante aquella boda que doña Victoria asumió como la de cualquiera de sus hijas y en cuyas fotos don Darío figura orgulloso llevándome del brazo. Él era uno de nuestros dos Papos. Resulta que sus hijos y nosotros, mis hermanos y yo, éramos tan cercanos que cuando alguna de las niñas se equivocó y cambió la a de papá por una o, y dijo Papo, las otras también la copiaron. De manera que mi papá fue Papo para mi hermana Isabel y para mí. A su vez, don Darío también era Papo para su hija Sonia, la única que mantuvo el apodo.

Aunque crecimos, aquellos doce hermanos, que vivíamos repartidos en dos casas distintas, mantenemos la cercanía. Don Darío, un hombre lleno de ocurrencias, que reía mucho, hacía reír y generaba mil anécdotas, era siempre, sin fallar, uno de los personajes que citábamos en mi casa materna. Y cada Año Nuevo, ya en mi hogar de adulta, las dos familias volvíamos a ser una. Don Darío y doña Victoria, en ocasiones sus hijos y nietos, se sumaban a nuestra celebración con su alegría, con su cariño enorme.

Conservo fotos donde, pasados ya los 80 años, él aparece feliz, con un pito, mientras todos lanzamos serpentinas. Aun en los últimos tiempos, cuando a ese roble querido, a ese padre al que todos amábamos, la salud le fue abandonando, aun así, cada diciembre volvía a celebrar con nosotros. El pasado Día de los Padres, rodeado de los hijos propios y los que asumió, lo vi bailar por última vez. Este sábado, don Darío se indispuso y, sin aceptar ayuda, caminó hasta una silla de ruedas donde se sentó para morir. Así de fácil se nos fue, a reír en el cielo, nuestro último Papo.

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