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COSAS DE DUENDES

Testigos

Una bandada de cotorras atravesaba el cielo causando un gran alboroto. Las vi cruzar por encima de mi cabeza, con sus alas multicolores desplegadas bajo el azul del cielo matinal, y pensé en la grandeza de Dios y los detalles increíbles que tiene su obra. En ese momento, pasé junto a una planta desde donde, como si fuera un trapecista, se deslizó un minúsculo gusanito verde. Tan frágil que bastaría con una ínfima presión del dedo meñique, el más pequeño que tenemos, para aplastarlo.

Pero ese gusanito casi transparente y diminuto, que cayó en mi mano de manera inesperada, era capaz de arrastrarse a través de mi palma; de presentir el peligro y detenerse, asustado, reconociendo que se encontraba en un hábitat diferente al suyo. Esa criatura, que luego levantó la mitad de su cuerpo y exploró mi línea de la vida, también es una gran obra de Dios.

!Qué compleja, que minuciosa, que increíble es la creación!

Imagino, si un ser humano ideara algo que tuviese la enésima parte de la grandeza de este mundo. Un objeto que se asemejara a esta intrincada, perfecta y bellísima estructura que es el universo. Y que nos tocara verla. Saldríamos de allí a propagar los detalles de esa maravilla. A recomendar a otros que visiten el lugar donde se encuentra, como hacemos con la Torre Eiffel o la Muralla China. Sería difícil, que no le contáramos a nadie sobre lo visto.

Piense, si hablamos tanto de productos mucho más sencillos. De lo bien que funciona el último teléfono y lo espectacular que resulta un modelo determinado de vehículo, por ejemplo. Actuamos como propagadores de la fama que algunos adquieren por lo que hacen. Y hacemos constar que hemos sido testigos de la belleza, eficiencia y calidad de su realización.

Pero olvidamos que, junto a las cotorras que vuelan por el cielo, y a los gusanitos que se arrastran, también somos testigo de la mayor de las creaciones. De la prueba más absoluta de que existe una fuerza superior a la inteligencia humana. Y, ante esa abrumadora verdad, callamos. Aceptamos lo absurdo: que este todo viene de la nada. Jugamos un papel triste en comparación con el resto de las criaturas que habitan este mundo. Porque los pájaros que vuelan por el cielo anuncian la grandeza de nuestro Creador. De ahí que nos alertan con sus gritos para que, al seguir con la mirada su vuelo, podamos admirar desde otro ángulo esta obra sin par de la que, también nosotros, somos testigos, aunque callemos.

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