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REALIDAD Y FANTASÍA

El dinero en su mínima expresión

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María Cristina De CaríasSanto Domingo

Hay momentos en que la vida se nos antoja imposible de vivir, todo se torna gris, el mundo luce amenazador, cada día se nos antoja más difícil que el anterior, se nos agota la esperanza. En ese estado de ánimo se encuentra mucha gente en estos días. El diario vivir se ha convertido en una pesadilla. La gente común y corriente ve que su dinero se achica. Ese dinerito trabajosamente ganado, mediante jornadas de sol a sol, que la mayoría de las veces se prolongan hasta bien entrada la noche porque el pluriempleo es casi una obligación en estos días, si se quiere abarcar todas las necesidades del hogar.

Fui al supermercado y, para mi sorpresa, los precios de casi todos los artículos se han elevado. ¡Parece que aprovecharon mi ausencia para clavarle esa puñalada trapera a mi escaso presupuesto! Llegué a casa con mis escasas fundas del supermercado. Emma me miró con cara de pocos amigos, acostumbrada como está a preparar platos con los más variados ingredientes. Al comentarle el alza de todo meneo la cabeza y con un suspiro me dio la bienvenida al ¡club de los damnificados por los abusos!

Mientras me servía un reconfortante té de canela me sugirió que mirara en el periódico los especiales de los supermercados y que me limitase a comprar aquello que estaba en oferta. “Es lo que está haciendo todo el mundo”. Apostilló satisfecha de haberme dado un consejo sensato. Pensé el asunto un momento y a mi mente acudió el escandaloso precio de la gasolina. “Si hago un recorrido por los supermercados, a la caza de los especiales, gastaré más en gasolina de lo que me voy a ahorrar”. Certera mi morena cocinera me contestó que, precisamente su compadre el platanero le había comentado lo mismo. Me pareció el momento adecuado para averiguar qué más sabía el dichoso platanero, tan bien colocado en las altas esferas, a través de su red de amistades del servicio doméstico. Emma suspiró y me dijo que en los últimos tiempos la tendencia era hacia la baja porque muchos estaban asustados ante la reacción adversa del pueblo. Sorprendida le pregunté si era que había habido huelgas o asonadas de las que yo no me hubiera enterado. Me miró por encima de los espejuelos, como lo hace cuando considera que he dicho una tontería. “Doña: los muchachos no van a huelgas, están ocupados con ¡la droga!”. Ante aquella demoledora noticia, no supe qué contestar. Mi morena cocinera procedió entonces a explicarme que el malestar se sentía en el ambiente y que todo el mundo estaba inconforme con la situación, por lo que los encumbrados dueños del destino nacional pensaban que con unas cuantas rebajas aquí y allá el malestar se diluiría.

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