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¿QUIÉN ESTÁ EDUCANDO AL PUEBLO?

“La gran lumbrera de occidente”

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Maruchi R. De ElmúdesiSanto Domingo

Hoy celebramos el Día de San Agustín de Hipona, Doctor de la Gracia: “Si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad.” “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva… ¡Tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera…y por fuera te buscaba…” “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti…” “La medida del amor es el amor sin medida”.

San Agustín (354-430), el más grande de los Padres de la Iglesia y uno de los más eminentes doctores de la Iglesia Occidental, nació en lo que hoy es Argelia. Su padre era pagano pero su madre Santa Mónica, era una devota cristiana, nacida de padres cristianos. Al enviudar, se consagró totalmente a la conversión de su hijo Agustín. Lo primero que hizo fue enseñarle a orar, pero sufría al ver cómo se iba separando de la verdad infectándose su espíritu de los errores maniqueos, y su corazón, con las costumbres de la disoluta Roma. “Noche y día oraba y gemía con más lágrimas que las que otras madres derramarían junto al féretro de sus hijos”, escribiría después Agustín en sus admirables Confesiones. Inspirado por el tratado Hortensius, de Cicerón, Agustín se convirtió en un ardiente buscador de la verdad, que le llevó a estudiar varias corrientes filosóficas.

Durante nueve años se adhirió al maniqueísmo, filosofía dualista persa, muy extendida en aquella época por el imperio romano. Su principio fundamental es el conflicto entre el bien y el mal, y a Agustín le pareció el maniqueísmo una doctrina que parecía explicar la experiencia y daba respuestas adecuadas sobre las cuales construir un sistema filosófico y ético. Además, su código moral no era muy estricto: “Concédeme castidad y continencia, pero no ahora mismo”, recordaría luego en sus “Confesiones”, su obra más conocida. Luego se vuelve escéptico y es cuando conoce a San Ambrosio, una figura eclesial de mayor renombre por su santidad y conocimiento de aquel momento en Italia, que renace en él un nuevo interés por el cristianismo.

Su mente inquieta va poco a poco descubriendo la verdad que hasta ahora había eludido; sin embargo, vacilaba, temía comprometerse porque sabía que tendría que reformar su vida disoluta y dejar atrás muchos gustos y placeres que tanto le atraían. Rezaba a menudo. Y comenzó a leer las Sagradas Escrituras. Abrió el libro y lo primero que vio fue el pasaje de Romanos 13, 13-14: “Comportémonos como en pleno día, con decoro: nada de comilonas, ni borracheras, nada de orgías ni desórdenes, nada de riñas ni porfías. En vez de eso revístanse del Señor, y no fomenten los malos deseos”. Parece que el Señor lo deseaba así.

Agustín fue ordenado sacerdote el año 391, y consagrado Obispo de Hipona (ahora Argelia) en el 395, a los 41 años, cargo que ocuparía hasta su muerte.

Fue un periodo de gran agitación política y teológica: los bárbaros amenazaban al imperio romano llegando incluso a saquear Roma en el 410, y el cisma y la herejía amenazaban internamente la unidad de la Iglesia. Agustín emprendió con entusiasmo la batalla teológica y refutó brillantemente los argumentos paganos que culpaban al cristianismo por los males que afectaban a Roma. Agustín desarrolla su doctrina sobre el pecado original y la gracia divina. Sus argumentos sobre la gracia divina, le ganaron el título por el cual también se le conoce, Doctor de la Gracia.

Oración: “Renueva, Señor, en tu Iglesia el Espíritu que infundiste en San Agustín para que, penetradas de ese mismo espíritu, tengamos sed de Ti, fuente de sabiduría, te busquemos como el único amor verdadero y sigamos los pasos de tan gran santo.

Por Jesucristo Nuestro Señor”. Amén.

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