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COSAS DE DUENDES

La mentira

Que alguien falsee la realidad, la altere o, de plano, la ignore para acomodar una información a su conveniencia, nos molesta a todos. La mentira ha roto relaciones amistosas de años, y destrozado vínculos tan sagrados como los matrimonios y los que existen entre padres e hijos o entre hermanos. La fuerza destructora de una mentira es incalculable. Muchas veces, ella ha pulverizado el amor. Y, por eso, en las entrevistas que indagan sobre los gustos y los valores de las personas, los entrevistados suelen coincidir en señalar la hipocresía como el peor defecto y la honestidad como la mayor virtud.

Pues, si valoramos tanto la verdad, digo yo, lo lógico sería que casi nadie mintiera. Ya que la regla de oro de las relaciones humanas es que si no nos gusta que nos hagan algo, tampoco debemos hacerlo con los demás. Pero lo cierto es que la mayoría de las personas, serias o sinvergüenzas, jóvenes o mayores, mujeres u hombres, solemos decir mentiras todos los días. Usamos la mentira como un recurso para quitarnos gente de encima; para evadir responsabilidades; para no tener que dar la cara o responder, simplemente, que no, que algo no nos interesa o que no podemos. Aún quienes luchamos por mantenernos en el camino recto, nos valemos de la mentira con el falso convencimiento de que un pequeño embuste no hace daño. No obstante, tal vez, sí daña.

El otro día, en plena iglesia, me descubrí haciéndome la sorprendida al enterarme de la muerte de una señora, cuando lo cierto era que estaba enterada pero no llamé para dar el pésame. Entonces, decidí enmendar el comportamiento y decir la verdad. ¿Y sabe qué? No pasó nada. No recibí un reproche, ni perdí una amiga. Pero eso sí, me sentí tranquila. Luego, cuando escuché mentir con absoluto aplomo a una persona que conozco, a fin de evadir a un empleado de un banco que le ofrecía una tarjeta de crédito, me asaltó la duda sobre la facilidad de este individuo para decir falsedades y me pregunté cuántas veces me habrá mentido a mí. Tal vez, nunca. Pero así es como la mentira, aparentemente blanca, siembra la duda y daña todo.

De manera que es mejor no mentir. Y si, como dicen, la verdad duele, hay que correr el riesgo y esperar a que ese dolor pase. Porque, tarde o temprano, se supera. El que nunca pasa es el dolor de una mentira. Ese permanece por siempre.

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