Santo Domingo 26°C/28°C few clouds

Suscribete

COSAS DE DUENDES

Una lumbrera

Un chihuahua llamado Tintín convive en mi casa con un buldog inglés de nombre Mozzarella. Tintín, una miniatura de perro, se cree grande y ladra como si fuera un pitbull. Por el contrario, Mozarrella tiene un aire, de quien vive al margen de la realidad, del todo envidiable. Por ejemplo, cuando el muchacho del colmado llega a traer los botellones del agua, a Tintín, que está cansado de verlo, le da una especie de paroxismo que requiere echarle fresco, tomarle la presión y darle un té de tilo. Hasta que el pobre jovencito, que le dice una y otra vez, pero Tintín, ¿todavía tú no me conoces?, no sale del apartamento, el chihuahua se desgañita ladrando como si hubiese descubierto a alguien con una máscara negra en los ojos, tipo ladrón de comics, trepado por una pared. A su vez, Mozarrella, para quien el mensajero del colmado es un perfecto desconocido, ante su llegada, reacciona tan alterado como el sofá de la sala. Es decir, ni se inmuta. Permanece con esa expresión de ¿qué pasa? Y apenas entorna la mirada. Tal es su indiferencia que he pensado si habrá perdido el olfato o será un poco lerdo. No obstante, pese a su indolencia, es Mozarrella el que requiere más cuidados de mis hijos. Su atención obedece a un régimen, algo estricto, con horas establecidas para alimentarlo, sacarlo a la calle, etc. En estos días, esa rutina se alteró cuando el calmado Mozzarrella se negó, en redondo, a comer. Hasta ese momento, todos asumíamos, con lo despistado que es, que este animal no sospechaba nuestro secreto: en su plato hay un truco. Debajo de la comida, se oculta una medicina que escondemos bien para que el perro no la detecte. Revisé, por si acaso mi hijo había cometido un error, y ni rastro de la pastilla, no se veía. Pero Mozarrella seguía negado a siguiera probar bocado. Olía y le daba la espalda a su plato. Pensé en qué haría yo si en lugar de un perro se tratara de un niño y decidí darle otra opción. Busqué un envase desechable, eché comida de Tintín y la puse junto al plato del buldog. De nuevo, Mozzarella olió. Esta vez, se comió toda la comida sin respirar. Hasta hubo que echarle más. De manera que El gordo, como lo llaman mis hijos, no está tan ausente del mundo como hace creer y su olfato no sufre problema alguno. Entiendo que, así como detectó la medicina, puede oler a un extraño. Pero, como Tintín le hace el trabajo y ladra por los dos, para qué afanarse. Una lumbrera ha resultado el tal Mozzarella.

Tags relacionados