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La epístola de la libertad

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Maruchi R. De ElmúdesiSanto Domingo

En la segunda lectura de hoy, el Apóstol San Pablo nos presenta una carta maravillosa sobre la libertad de los hijos de Dios. (Gálatas 5, 1. 1-18)

Toda la carta es un poema sobre la libertad. De cómo nosotros los cristianos debemos vivir en libertad. Nos invita a ver que la libertad que nos ha dado Cristo es una libertad para que nos mantengamos firmes y no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud del pecado. Insiste que nuestra vocación es la libertad, pero “no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sean esclavos unos a otros por amor. Porque toda la Ley se concentra en esta frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Pero, atención: que si se muerden y devoran unos a otros, terminarán por destruirse mutuamente. Yo se lo digo: anden según el Espíritu y no realicen los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacen lo que quisieran. En cambio, si les guía el Espíritu, no están bajo el dominio de la Ley.”

Para nosotros los dominicanos, la libertad debería ser “el pan nuestro de cada día”. Pues, después de 22 años de yugo haitiano, fuimos liberados por Duarte, Sánchez y Mella, con un grito de libertad. Somos un pueblo grande, que después de tantos años de dominación extranjera no habláramos creole, ni cambiamos nuestras costumbres hispanas por las africanas. Y supimos valorar su dignidad de persona libre y soberana.

Nuestro escudo nos lo enseña cada día: Dios, Patria y Libertad, República Dominicana.

Y ¿qué estamos haciendo para permanecer en esa libertad? ¿Qué se está enseñando en nuestras escuelas y colegios, sobre lo que verdaderamente es la libertad? ¿Saben nuestros jóvenes quién fue Juan Pablo Duarte? Ese joven de 19 años que fue capaz de prometerse en su interior: “Juré en mi corazón no pensar ni ocuparme sino en procurar los medios para probarle al mundo entero que teníamos un nombre propio, dominicano, y que éramos dignos de llevarlo”. Y eso gracias al capitán del buque que lo llevó a Norte-

américa y a Europa, cuando lo increpó diciéndole: “¿No te da pena muchacho, decir que eres haitiano, como está escrito en tu pasaporte? ¡Yo soy dominicano! ¡Quiá! Tú no tienes nombre. Ni tú ni tus compatriotas merecen tenerlo, porque cobardes y serviles inclinan la cabeza bajo el yugo de antiguos esclavos”. Estas palabras lo dejaron petrificado y fueron suficientes para prometerse lograr el cambio.

Nuestros jóvenes ¿serían hoy capaces de hacer sacrificios como los que él hizo: Entregar todo por la patria?

¿Les interesa a nuestros jóvenes la Patria?

¿Cómo vamos a implementar de nuevo los valores, que nuestra sociedad está exigiendo, comportándonos como lo estamos haciendo? ¿Con tanta delincuencia con la que nadie ha podido todavía controlar?

Por favor, vamos a dejar de poner nuestras cabezas en el agujero como hacen los avestruces, y vamos a reflexionar en nuestra realidad. Solamente una fuerte conversión puede hacer esto.

Vamos a pedir hoy al Señor en el nombre de la libertad, que nos dé la fuerza necesaria para poder vivir coherentemente con nuestra fe, que fue la de nuestros fundadores y confiemos en que nos permitirá su luz y su gracia para que poco a poco podamos hacer realidad el juramento de nuestros patricios. ¡Amén!

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