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Salud

Alimentos milagro: la nueva panacea universal

Ojo. La panacea universal no existe, como no existe la piedra filosofal.

Ojo. La panacea universal no existe, como no existe la piedra filosofal.

Todo el que haya leído “El Médico”, de Noah Gordon, recordará la “panacea universal” que Barber vendía por los pueblos de la Inglaterra medieval; dejemos de lado su composición, pero quedémonos con el afán del ser humano por lograr ese remedio para todos los males que le lleva a creer a cualquier charlatán.

Digo charlatán con el mayor respeto. Y no estoy pensando solo en el genial Dulcamara que, en la ópera de Donizetti de ese nombre, vende a Nemorino el infalible “elisir d’amore” que precisa para enamorar a Adina. Ese “udite, udite, rustici” con el que se presenta el buhonero es glorioso.

Pensaba, más bien, en los charlatanes que recuerdo de mi infancia, profesionales que iban de ciudad en ciudad y de mercado en mercado vendiendo, a fuerza de labia, la más variopinta e insólita mercancía; no elixires de amor ni panaceas universales porque la autoridad competente se ponía muy seria con esas cosas, pero presuntos crecepelos ya vendían.

Su arte: la oratoria, que, a diferencia de Cicerón y Demóstenes con sus catilinarias y filípicas, no dirigían contra nadie, sino para cantar las virtudes de una maquinilla de afeitar, un bolígrafo... qué sé yo.

Todo, naturalmente, ‘americano’: era lo que vendía entonces. Proclamaban que no iban a pedir por el artículo “ni cuatro, ni tres, ni dos: se lo dejo a un duro, y les regalo un bonito peine de plexiglás”. Casi siempre a viva voz, sin megafonías entonces incipientes. O sea: vendían “a capella”. Admirables.

Hoy, sus sucesores, con muchísima menos gracia que ellos, nos atacan desde la televisión y otros medios, incluidas las redes sociales. La última moda, en efecto, es la de los presuntos nutricionistas que, al revés que unos médicos que hasta ahora nos decían lo que no debíamos comer, nos muestran lo que debemos ingerir si queremos estar sanísimos hasta en el cementerio.

Sus panaceas universales no sirven para curar nada: sería demasiado fuerte. Sirven para prevenir, que es lo que está de moda. Como es natural, sus difusores se apoyan en informes de ignotos científicos y de no menos desconocidas universidades. Usan una jerga que pretende ser científica y que tiene más éxito cuanta menos gente entienda de qué va la cosa, aparte de que comiendo eso no se va a poner malo nunca.

Clásicos

Otra diferencia con los clásicos: sus productos no vienen de la degenerada (nutricionalmente hablando) América del Norte. No. Vienen de Asia, a poder ser de la India o de la antigua Indochina: el rollito budista vende mucho, no se hacen ustedes idea.

Otro origen habitual de estos alimentos panacea es el altiplano andino, las culturas precolomobinas; la etiqueta de indigenismo (todos somos indígenas de algún sitio, pero parece que hay indígenas que lo son más que otros) también engancha lo suyo.

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