Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

Psicología

¿Dónde nace la violencia?

Emociones. Al dolor de la herida se suma el que las personas que deberían cuidar al cariño se vuelven inexplicablemente contra él.

Emociones. Al dolor de la herida se suma el que las personas que deberían cuidar al cariño se vuelven inexplicablemente contra él.

Cada vez observamos con mayor frecuencia las campañas contra la violencia, a fin de educar y crear conciencia sobre este tema que tanto preocupa a nuestras familia y la sociedad. Existe gran importancia en la transmisión de la valiosa función que se realiza a través de esta información.

Sin embargo, en esta ocasión nos gustaría enfocar el tema de la violencia desde uno de sus posibles orígenes con el objetivo de comenzar a reflexionar en medidas preventivas ante este mal que nos preocupa y afecta a todos.

La violencia ejercida sobre los niños, no solo la violencia física sino la falta de atención a sus necesidades vitales, es una de las bases sobre la cual se edifica la violencia adulta, que a su vez retornará al ejercerse sobre la siguiente generación, ocasionando el reciclaje de un patrón disfuncional en el manejo de las emociones y la comunicación.

Este es un círculo vicioso. Los niños nacen llenos de potencialidades: la vida los empuja a crecer, a explorar, a amar, a expresar sus emociones y necesidades. Pero para poder desarrollarse y satisfacer esas necesidades necesitan que los adultos los respeten, protejan y amen, que les proporcionen herramientras que colaboren con el sano desarrollo de su autoestima e inteligencia emocional.

Pero encuentran una sociedad que ha roto con la naturaleza, que ha enterrado los impulsos vitales y construido unas relaciones que están basadas en la autoridad, en la represión, en la manipulación, el engaño y la violencia. A esto debemos agregar la competencia por alcanzar unos estereotipos basados en la imagen exterior, en tener, y una sociedad que tiende a promover el hecho de cosificar a las personas.

Al dolor de la herida por la humillación, el desprecio, el engaño o los golpes, se suma la presión de sus sentimientos, ya que las personas que deberían cuidarlo y darle cariño se vuelven inexplicablemente contra él. El niño construye así un muro contra el dolor que supone la frustración: un muro de silencio y olvidado que le permita sobrevivir hasta que alcanza a estructurar sus mecanismos para sobrevivir ante esta tormenta emocional, convirtiéndose esta sensación en el filtro a través del cual atraviesan las conductas que refleja.

Esta situación que observamos en nuestros jóvenes y adolescentes con mayor frecuencia puede tener entre una de sus múltiples causas el hecho de que, aunque la memoria consciente olvide, no sucede lo mismo con el cuerpo, que almacena esos sentimientos de cólera, de impotencia, de angustia y de dolor, los cuales, desconectados de su verdadero origen tratan de expresarse, haciéndolo mediante actos violentos contra uno mismo -suicidio, trastornos psicoemocionales- o contra los demás.

Cuando el adulto atrapado de ese modo se convierte en padre, la frustración y la furia se descargan sobre los hijos con la complicidad de la sociedad, añadiendo un eslabón más a la cadena o un ladrillo más al muro.

Se hace necesaria una revisión de los modelos que seguimos quienes estamos a cargo de la educación y formación de las generaciones que tenemos a cargo.

Tags relacionados