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COSAS DE DUENDES

Por caer bien

El encargado de un servicio que pago junto a otras personas, se me acerca para solicitar mi colaboración en un asunto. Me dice que un empleado no cumplió con su compromiso de trabajar el lunes feriado y que él entiende que yo debo enviarle una especie de memorándum para recordarle que su deber incluye laborar ese día. Me quedo un tanto sorprendida. Vamos en un ascensor y, de repente, la puerta se abre y el empleado, que era el centro de nuestra conversación, aparece frente a nosotros. De inmediato, el señor que quería sancionarlo le regala una sonrisa, lo saluda y guarda el más absoluto silencio. Observo que entre ellos, que son supervisor y subalterno, hay un trato afable que, evidentemente, el supervisor no quiere dañar así que me está pasando a mí la responsabilidad que a él le toca. Es decir, delega su autoridad para que sea yo quien pelee con este hombre. El tema es que no estoy en disposición de asumir lo que le corresponde a otro. Un error que antes cometí muchas veces. Lo hacía con el fin de solucionar los problemas, pero no era mi obligación. Estaba alimentando la irresponsabilidad de gente que quiere ser simpática sin entrar en conflicto con quienes cometen faltas. Dar órdenes, firmar sanciones o tomar alguna decisión drástica, es parte del día a día entre quienes tienen a su cargo el desenvolvimiento de áreas y del personal. Esto viene con el paquete de asumir una posición. Pero a muchos nos gusta mandar y continuar siendo “miss simpatía”, lo cual es muy difícil. Andamos evadiendo ganarnos enemigos, porque la idea es que uno nunca sabe cuándo puede necesitar al otro; que debemos evitarnos problemas. Así, escucho a jefes hablar pestes de subalternos a los cuales luego abrazan y hasta halagan. O hacerse de la vista gorda en espera de que el otro cometa un error, tan grave, que no lo salve ni “el médico chino” o que un tercero se inmiscuya en el asunto, tome la decisión que corresponde, y cargue con el muerto. Este “muerto” es el rencor del compañero de labores incumplidor, el rechazo de los amigos de este y los chismes sobre lo ocurrido. Problemas de los que se libra el supervisor irresponsable. Este hasta puede que reciba un abrazo de despedida y un reconocimiento de “yo sé que no fuiste tú quien hizo eso”. Así salva una relación que, tal vez, no le sirva para nada pero el asunto es caer bien, como si las responsabilidades fuesen un concurso de simpatía.

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