Comencemos en casa

Recientemente viajé a New Jersey con la finalidad de participar en un bautismo en el cual cuatro de mis nietos recibirían el primer sacramento de la iglesia católica que marca la entrada al cristianismo. Fue un acto hermoso donde compartimos con familiares y amigos. Al reencontrarlos nos percatamos de que la vida siguió sin que lo pensáramos. Pero bueno, la ceremonia fue oficiada en la iglesia Saint Michael por un joven sacerdote colombiano, quien enfatizó el rol que le toca representar a los padrinos en la crianza del ahijado como segundos padres de la criatura. Habló de las obras que debemos realizar en este Año de la Misericordia, declarado así por el papa Francisco, y la importancia de compartir parte de nuestra vida ayudando a los demás. Hasta ahí todos estábamos con pasividad, hasta que unas preguntas nos hicieron despertar: ¿Dónde comienzan las obras de misericordia?, ¿buscamos en los hospitales, en los barrios pobres o en las funerarias con quién cumplir nuestra obligación de cristiano, para así acallar nuestra conciencia?, ¿somos misericordiosos con nosotros mismos, con nuestra pareja, con nuestros hijos, con la señora que nos sirve, con el señor que nos corta la grama? y ¿notamos cuando muy cerca de nosotros alguien necesita compasión y cuidado? Pues sí, hagamos obras de misericordia, pero comencemos en casa.