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DERECHO A LA SALUD

Garras del cáncer

Algunos infantes no sólo sufren la enfermedad, sino que viven en extrema pobreza, y por si fuera poco, ven sus vidas consumirse entre el polvo de sus calles y las lágrimas de sus padres

Pronunciar la palabra cáncer es tan fuerte como son sus embates sobre quienes lo padecen. Imaginar que hay niños y niñas que cargan con el peso de esta enfermedad es aterrador. Y más doloroso resulta saber que muchos de los desafortunados, además de lidiar con este mal, deben enfrentar la cruda realidad de una pobreza extrema.

Carolina Pereyra, de 11 años y Keury Montero, de tres, representan a los infantes de escasos recursos que han caído en las garras de un mal que no conoce de edad, de estatus social y mucho menos de piedad.

Ambos pequeños tienen algo en común con Alfonso Rijo. Él también padece de cáncer, pero puede acceder a todos los tratamientos existentes para combatir o frenar la enfermedad. A diferencia de él, que después de someterse a la quimioterapia se va a su casa con chofer, descansa en un cuarto cómodo y come sano como debe ser para todo infante si se apela al derecho a la salud que le asiste, Carolina y Keury no corren la misma suerte. Los efectos secundarios del procedimiento deben pasarlo en sus humildes viviendas entre el polvo, la humedad y las calamidades que rondan su realidad.

La esperanza de una mejor calidad de vida

Tanto los padres de Carolina como los de Keury solicitan al gobierno la construcción de un centro de recuperación que albergue a infantes con cáncer luego de ser sometidos al proceso de quimioterapia, dado que algunos deben irse a su casa en transporte público a lidiar con los mosquitos y el calor. En el caso de Carolina, también con el olor y la inmundicia del vertedero de Duqueza.

Con el peso del cáncer

Tres historias y una realidad es la apuesta de LISTÍN DIARIO para retratar la situación por la que atraviesan infantes dominicanos que padecen de cáncer. Contraponer dos casos de extrema pobreza con uno que, aunque víctima igual, no sufre las calamidades de la precariedad, es lo que se ha querido plasmar en esta entrega.

Visitar a Carolina Pereyra y a Keury Montero en sus humildes viviendas, y a Alfonso Rijo en su mansión delata la desigualdad que existe en una sociedad donde la piedad parece esfumarse. Nadie es culpable de que además de pobres, padezcan de cáncer, pero sí hay responsables de que en pleno siglo XXI existan infantes que no tengan derecho a la salud.

La Asamblea General de las Naciones Unidas ha confiado al Unicef el mandato de promover la protección de los derechos del niño. Y bien que realizan su papel. Se empeña en garantizar que se dé protección especial a los infantes más desfavorecidos, sobre todo de extrema pobreza. Sin embargo, su trabajo debe ser complementado con el de las autoridades gubernamentales. A ellas es que claman los padres de Carolina y Keury, quienes deben luchar día a día para salir hacia delante con sus hijos en lo que tiene que ver con su salud, su alimentación y su diario vivir.

Miguel Ángel Pereyra y Marianela Montero son los padres de Carolina. A ellos les destroza el alma ver a su niña en la flor de la juventud hacer esfuerzos para escapar de una enfermedad que ya se llevó entre sus garras una de sus piernas. “Ella es fuerte, más que nosotros. Fue la que con más calma asimiló la noticia de que había que amputarle la pierna, pero para nosotros ha sido muy duro enfrentar esta situación que nos ha dejado hasta sin trabajo”, cuenta acongojado el progenitor.

No exagera cuando cuenta su situación. Aunque viven en una casita más o menos cómoda, gracias a la gente de la Fundación Ágape, no disponen de los enseres del hogar que harían menos cruda la realidad de Carolina. Una nevera que para que funcione tienen que arreglarla todos los días, un sofá destartalado y unas sillas que por su deterioro están arrumbadas en la humilde vivienda es el panorama interno que hay detrás de una fachada de block.

“Por si fuera poco, no contamos con los papeles de esta casita que hasta hace poco era de tabla recolectada en el vertedero de Duqueza, Queremos trabajar, producir algo, pero no tenemos trabajo. Yo quisiera dedicarme a hacer colchas, pero no tengo la máquina para elaborarlas, y yo tengo que realizar un trabajo que me permita estar con Carolina. Ella necesita de mi cuidado”, dice Marienela.

Dentro de su infortunio, agradece a Dios la ayuda que reciben del Instituto de Oncología Dr. Heriberto Pieter, a través del Centro Gestión Usuario de Trabajo Social, así como de la referida fundación. “Pero necesitamos nosotros, y todas las familias pobres que tienen niños con cáncer, que se nos dé un mayor apoyo, que haya un centro de recuperación que los acoja cuando salen de darse su quimio”, sostiene. Y tiene razón, es cruel la realidad a la que se enfrenta Carolina cuando llega con sus efectos secundarios a aguantar los mosquitos, el polvo de las calles, el calor y sobre todo, el olor del vertedero de Duqueza, al lado del cual reside.

CRUDA REALIDAD

Con sus tres años, Keury no tiene conciencia de lo que pasa con su salud. En cambio, sí sabe lo difícil que se le hace comer algunos alimentos que quiere, y sus padres no pueden comparle.

"Quiero ver al presidente Medina para pedirle que ayude a los niños pobres de aquí que tienen cáncer"

La sonrisa de Carolina parece ser eterna. Quién solo ve su cara pensaría que se trata de una preadolescente común y corriente. Sí, de esas que desde los 11 años están planificando en su cabeza cómo sería su fiesta de 15 años. Tristemente, no es así. Padece osteosarcoma, un cáncer óseo que es más común en infantes y que a ella le ha costado su pierna izquierda.

Ni la noticia, a los 10 años, de que tenía este mal, desvaneció su sonrisa. “Cuando me dijeron que tenía cáncer y que había que cortarme la pierna, le pregunté a la psicóloga: ‘¿Si me la cortan voy a seguir viviendo?’. Ella me dijo que sí, y entonces le respondí: “Pues que me la corten, que lo que no sirve se bota, y yo lo que quiero es vivir”, relata mientras regala la amplia sonrisa que la caracteriza y la convierte en líder entre su familia y quienes la conocen. Su esperanza de curarse es tan grande que no abandona su sueño de ser bailarina. Por eso es que quiere conocer al presidente Danilo Medina para solicitarle que la ayude a conseguir su prótesis, y sobre todo, que apoye a los infantes pobres que padecen de cáncer porque necesitan vivir en mejores condiciones. Es su idea que se construya un centro de recuperación.

(+) CONDICIONES ADECUADAS AYUDAN A RECUPERACIÓN

No hay dinero en el mundo que compre la salud. Sin embargo, en ocasiones sí ayuda a hacer menos drásticos los embates de una enfermedad tan devastadora como el cáncer. Alfonso Rijo tiene nueve años y padece de leucemia. Conocer su diagnóstico trastornó la paz de su familia y ha tronchado su infancia. Su situación, aunque igual de triste, es diferente a la de los miles de infantes que han caído en sus garras, y por demás, viven en extrema pobreza.

“Yo me siento bien de salud últimamente, y sé que voy a sanarme porque mi familia me cuida mucho y ha hecho todo lo que se ha podido para que yo me recupere”, cuenta Alfonso, quien con solo nueve años de edad sabe que, aunque está entre las garras de esa terrible enfermedad, tiene más esperanza de vida que otros infantes que no disponen de los recursos económicos necesarios para llevar los costosos tratamientos.

La diferencia entre Alfonso, y Carolina y Keury, por ejemplo, se deja sentir hasta en la forma de difundir estos casos. Mientras los familiares de estos dos últimos abrieron las puertas de sus casas de par en par a reporteros de LISTÍN DIARIO para que se conociera su realidad, los de este pequeño se limitaron a dejar que él contara solo algunos detalles de su estado de salud. Entre los que ofreció, dio un dato muy interesante: ellos apadrinan a un menor con este mal.

La situación de Keury y su familia

Manuel Montero y Juana Moreno no olvidan aquel día en que en el Hospital Ney Arias Lora le informaron que las fiebres constantes que presentaba Keury a sus dos años tenían un origen desgarrador. “El niño tiene leucemia, cáncer en la sangre”, le dijeron. “Se me cayó el mundo. Mi vida y la de mi esposo dio un giro de 360 grados. Nuestra realidad era tener un niño de dos años con cáncer y sin tener los recursos necesarios para tratarlo. Nos fuimos al Oncológico y allá nos han ayudado bastante, tanto que ya tenemos un año y Keury ha ido evoluciando”, cuenta entre lágrimas una madre marcada por la adversidad.

En lo que hasta ahora nadie les ha podido ayudar es a encontrar trabajo. Ambos fueron cancelados en sus empleos semanas después de conocer que su pequeño estaba entre las garras del cáncer. Manuel laboraba en Bávaro realizando un oficio modesto, pero que le permitía al menos darle de comer a su familia. Tienen otra niña que tiene 10 años.

Juana trabajaba limpiando un laboratorio médico y también fue despedida porque en ocasiones tenía que ausentarse para llevar a Keury al Instituto de Oncología Dr Heriberto Pieter, donde a través del Centro Gestión Usuario de Trabajo Social han encontrado una mano amiga que le ha ayudado más allá del servicio que prestan.

Hoy, los afligidos padres, junto a Keury y Scarlet, viven de la caridad de una comunidad que dentro de su pobreza también les ayuda a seguir hacia adelante en el sector Marañón, de Sabana Perdida, en Santo Domingo Norte.

Sin ingresos. La adversidad de estos dos pequeños se agudiza con el desempleo de sus padres, quienes por diversos motivos perdieron su trabajo luego de recibir el diagnóstico de sus hijos. Esto también lo tienen en común.

Drama. Manuel Montero, Juana Moreno y su hijo Keury, quien padece de leucemia, viven de la caridad.

La sonrisa de Carolina parece ser eterna. Quién solo ve su cara pensaría que se trata de una preadolescente común y corriente. Sí, de esas que desde los 11 años están planificando en su cabeza cómo sería su fiesta de 15 años. Tristemente, no es así. Padece osteosarcoma, un cáncer óseo que es más común en infantes y que a ella le ha costado su pierna izquierda.

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