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COSAS DE DUENDES

Dos madres

Son comadres. Amigas desde hace mucho más de 50 años. Llenas de nietos, biznietos, incluso. Una es de tez clara y la otra oscura. Esta última les dice a los hijos de la primera que ella es su “mamá prieta”. No se visitan a menudo. Hace décadas que la búsqueda del progreso, los cambios en las familias, y otros avatares de la vida, atravesaron kilómetros de carreteras, y hasta mares, entre sus dos casas que antes quedaban una al lado de la otra. Pero solo tiene que ocurrir un hecho alegre o triste para que la “mamá prieta” llegue desde cualquier lugar a sumarse a la familia que es de ella, que la adora. En estos días su comadre se enfermó. Hubo que operarla y, como siempre, la vecina de antaño se contó entre los primeros en llegar a la clínica. Hizo guardia, todo un día, sin quejas, derramando su cariño y sus risas entre los hijos, casi suyos, preocupados por la madre en cama.

Y se marchó con la noche cuando una hija de su vientre la pasó a recoger. No obstante, aquel acto de solidaridad le pareció corto. Se ofreció para cuidar a la comadre a quien vio enviudar, envejecer y enfermar siempre envuelta en su abrazo solidario, en el sillón de enfrente o en la silla de al lado. Las contemplé a las dos ayer, sentadas una al lado de la otra, conversando de todo y de nada, y me provocó curiosidad.

Me pregunté, ¿qué hace que una amistad dure más de medio siglo? ¿Cuál es el ingrediente? Y sin que se enteraran, las observaba, para descubrir el secreto. Y noté, entonces, que se escuchan, que se ríen, que nadie cabe en el medio cuando están juntas, ni siquiera nosotros, los hijos de esas dos madres, la morena y la blanca, que las queremos tanto.

Todos vemos con ternura el que doña Victoria, mi “mamá prieta”, pese a sus achaques de salud, como una diabetes a la que le planta como dos rosas un pedazo de bizcocho, se atreva a desplazarse sola por esta ciudad a la que hasta yo le tengo miedo. Y es que nada logra impedir que esté junto al lecho de su comadre, su hermana, como la escuché llamarle mientras le llevaba el desayuno a la cama. Y se olvida que ella también pronto será octogenaria y necesita cuidados, atención.

Aunque nadie lo diría. Solo irradia luz. Victoria ha ejercido hasta como abuela de los nietos de su comadre.

Su presencia me recordó que incluso dolores tan grandes, como tener a tu mamá en cama, pueden traer algo bueno, y es recordarte que, en realidad, tienes dos madres.

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