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COSAS DE DUENDES

La secretaria de otro escritorio

Llamé a un consultorio para solicitar que el doctor me hiciera la receta de un medicamento que no venden sin prescripción médica. Me informaron que el médico llegaba después de las dos de la tarde. Salí del trabajo a comer con mis hijos, el plan era partirle una tarta helada al mayor que estaba de cumpleaños. Volví a llamar al teléfono del consultorio, nadie lo tomaba. Cada vez que marcaba, mi angustia iba en aumento.

El paciente necesitaba la medicina.

Tras diez llamadas, varié todos los planes: cancelé lo de la tarta, llevé a los niños a la casa y salí corriendo.

La persona que me ayuda a llevarlos a las clases en la tarde, me llevó al centro médico donde está el consultorio del doctor. Se fue, porque debía trasladar, luego, a mis hijos a las clases de inglés, y yo me quedé a expensas de que una tercera persona pasara a recogerme para regresar a la oficina. Camino al consultorio, pensaba que encontraría la puerta cerrada con un aviso de que el doctor no iría. Analizaba qué otro médico me podría hacer la receta.

Para no tener que esperar el ascensor, subí al trote tres pisos. Cuando llegué al consultorio, encontré la siguiente escena: una joven sentada en el escritorio de la secretaria frente al teléfono conversaba con varios pacientes. Saqué mi celular y marqué el teléfono para confirmar si era que estaba llamando mal. No fue así.

El teléfono repiqueteó y la luz roja se mantuvo intermitente ante las narices de aquella muchacha que lo miró impávida, mientras, leía los mensajes en su celular. Observé que en la pantallita ella podía ver el origen de las llamadas, solo tomaba las internas, las externas no. Le pregunté si le podía hacer una pregunta. Claro, contestó.

¿Por qué no tomas el teléfono?, le dije. Con fingida sorpresa, preguntó si estaba sonando. Luego, alegó que no era la secretaria de ese escritorio.

Le respondí: pero tú estás ocupando su puesto. En eso llegó la secretaria del doctor, que estaba almorzando, y la sustituta le dio un informe de los pacientes, llamadas, etc. Y se fue de lo más feliz sin saber que su decisión de no tomar un teléfono, que estaba a media pulgada de su mano, me había amargado el almuerzo, impedido descansar diez minutos en mi casa, gastar gasolina innecesaria, variado la celebración del cumpleaños de mi hijo y me obligó a molestar a una tercera persona para que pasara a recogerme.

En fin, me había trastocado el día completo. Pero eso no creo que a ella le importe mucho, ella no es la secretaria de ese escritorio.

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