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COSAS DE DUENDES

Creer en milagros

Si el arquitecto David Rodríguez no se da un tiro, en unos de los baños de la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado, ¿Qué habría pasado con el sistema de chantaje, corrupción y tráfico de influencias que, al parecer, creció al interno de ese organismo, hasta salírseles de las manos a sus propios auspiciadores? Yo creo que aún continuaría intacto. Rodríguez debió confiar poco en las autoridades, en su conjunto, cuando decidió que la única forma de develar ese entramado, que según dijo en su carta suicida lo habría despojado del fruto de su trabajo, era quitarse la vida. Tenía tres hijos y una esposa incapacitada. Sabía que era el único soporte de su familia. Aún así, canjeó su vida por develar lo que ocurre en la OISOE. Se necesitaron tres huérfanos y una viuda para que la sociedad y la justicia empezaran a pedir cuentas. Denuncias anteriores no lo habían logrado. Hace un año, en octubre del 2014, quince ingenieros acusaron al ex director técnico de OISOE, José Florencio, de que les tenía retenidos los expedientes para que Hacienda pudiera hacerles el pago de 72 millones de pesos, que ya estaba autorizado. Incluso, Nuria Piera había hecho un reportaje en el que se acusaba a Florencio de cometer irregularidades y repartir favores. Pero este funcionario permaneció en su cargo hasta agosto cuando el director de entonces, Miguel Pimentel Kareh, fue removido por decreto. Y, por lo ocurrido luego, los cobros de los préstamos continuaron. En la investigación por el suicidio de Rodríguez, Florencio ha sido señalado por el abogado Julio Rafael Pérez Alejo, que ahora está preso en La Victoria junto a dos ingenieros mencionados en la carta de suicidio, como la persona que proporcionaba el dinero que les prestaban a crédito a los ingenieros hasta que estos cobraran. Florencio, un funcionario que en nómina ganaba 62 mil pesos, según Pérez Alejo, gestionaba millones. El sistema que detalló no podría ser más perverso. Es como si un banco tuviera el control de cuándo llegará a manos de un deudor el dinero con el que este le pagará. Mientras más se demore el deudor en recibir el dinero, más cobra quien lo presta. Entonces, lo conveniente es que ese pago se retrase hasta que al deudor no le quede un centavo de margen a su favor. Al parecer, eso fue lo que ocurrió con Rodríguez, un hombre que, según su esposa, dijo que creía en los milagros cuando ganó el concurso para construir una escuela. Yo también creo en los milagros y, por eso, espero que su muerte, al final, tenga algún sentido, una razón de ser.

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