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TRIBUNA ABIERTA

Quinto centenario de Teresa de Jesús

En ocasiones, escuchamos o leemos algo acerca de un doctor de la iglesia, pero no profundizamos en su doctrina para edificarnos sobre las razones que tuvo nuestra Iglesia –que es sabia y prudente– para proclamarle como tal, al considerar su doctrina eminente y beneficiosa para los creyentes de todos los tiempos. Ofrecemos hoy un breve recorrido en algunos de los aspectos de la vida, obras y doctrina de Santa Teresa de Jesús.

Y no hay mejor ocasión que esta, cuando se ha estado celebrando en todo el mundo el V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, doctora de la iglesia y fundadora de la Orden de los Carmelitas Descalzos, el próximo 15 de octubre de este año, día de la fiesta de la Santa, se clausurará esta celebración en nuestro país en la Parroquia San Judas Tadeo a las 6.30 p.m.

Santa Teresa de Jesús nació en Ávila, España. Según sus contemporáneos, era una mujer de agraciado aspecto, muy simpática, astuta, inteligente, sincera, de conversación muy entretenida, de carácter abierto y comunicativo, y de una “muy determinada determinación” en lo que se proponía; cualidad esta última, así reiterada, que proponía a sus hijas (C21.2).

Desde niña le atraía la vida interior, y en el patio de su hogar se sentaba a pensar que pena y gloria eran para siempre y jugaba con piedras a la superiora de un convento. Pero en la adolescencia se distrajo de ese llamado interior y decía que era enemiguísima de ser monja. Sin embargo, finalmente volvió a sentir ese primer llamado de niña y a los 20 años (1535), a pesar de la oposición de su padre, se escapó e ingresó en el Convento de la Encarnación de Ávila. Estuvo con muy mala salud, pero era una enamorada de Cristo y perseveró. Fue muy buena religiosa, de acuerdo a las normas de ese convento y de las más solicitadas para orientación o conversación cuando personas del pueblo se acercaban al “locutorio”. Pero el Señor la llamaba a pertenecerle totalmente, sin distracciones en sus afectos, y a vivir una vida de más intimidad con Él. Tuvo una importante segunda conversión en 1554 ante una imagen de Cristo flagelado, muy llagado. Se arrodilló ante Él, sintiendo lo desagradecida que había sido, y prometió no pararse de allí hasta que Él la cambiase.

“Y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle, que su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir.” (Vida.19.15) Terminaba la lucha entre la gracia y su carácter.

Había elegido vivir en su presencia y así lo sentía. “Con tan buen amigo presente todo se puede sufrir. Es ayuda y esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero” (Vida, 22,6,7). Los últimos veinte años de su vida, fueron los más fructíferos en cuanto a gracias místicas y las obras que de estas gracias brotaron: sus escritos y su labor fundacional. Murió en plena actividad, la muerte le sorprendió en uno de sus viajes, en Alba de Tormes.

Fue declarada santa en 1622. La Iglesia recomendaba su doctrina y admiraba su sabiduría como don sobrenatural; se tenían como referencia sus obras en todo lo relativo a la oración, pero no era posible declararla doctora por una razón elemental, era mujer. El obstáculo era “Obstat Sexus”, o sea “lo impide el sexo”, la tradición de la Iglesia seguía las cartas de San Pablo acerca de que la mujer no podía enseñar. Pero el Espíritu pudo más, y el 27 de septiembre de 1970, Pablo VI proclamó “a Santa Teresa de Jesús, Virgen de Ávila, ‘Doctora de la Iglesia Universal’; primera mujer que recibió ese alto honor; nombre muy apropiado para alguien como ella, de sólida doctrina y que vivió al servicio de la iglesia y dejó el legado de su importante doctrina. Impulsada por el deseo de vivir en un ambiente más apropiado a la oración y a la penitencia, y a petición de Jesús en la comunión, inició las diligencias para fundar un convento. Luego de tres años de múltiples dificultades, fundó en 1562 el primer convento de San José, en Ávila.

Es allí donde cambia su nombre a Teresa de Jesús. Sus doce hermanas también eligen nombres religiosos; a este convento le seguirían 15 en Castilla y otras áreas de España. Se dice que al morir sus últimas palabras fueron: “Al fin muero hija de la iglesia”.

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