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MEMORIAS DE VIAJES

En Oporto: dos iglesias a las que llaman siamesas

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Carmenchu BrusíloffSanto Domingo

Me encanta deambular por las calles de Oporto, mirar aquello que no figura en el plano turístico habitual, desviarme de la ruta tradicional, sin echar a un lado los puntos relevantes. En esa tesitura me encamino por la rúa Carmelitas, y en lugar de continuar directo hacia las iglesias que llaman siamesas, me desvío a la derecha por la rúa Cándido dos Reis. Aquí me detengo frente a tres portales de inicios del siglo XX: números 75, 77 y 79. Al cruzar a la otra acera y observar el conjunto, comprendo que es un solo edificio, con rasgos Art Noveau, entre ellos flores de color en alto relieve. La oscuridad del cielo lluvioso me impide tomar una foto. Retorno a Carmelitas, cuesta arriba. Doblo en la rúa Galería de París, cuyos viejos edificios que otrora debieron destacar por sus fachadas de estilo, reflejan ahora un franco deterioro. Algunos conservan las letras que otrora atraían la atención hacia sus tiendas. Paso junto a la famosa librería Lello e Irmao, alojada en un edificio neogótico construido para ese fin en 1881. (Ya escribí de esta visita). Prosigo hasta la Plaza de Carlos Alberto, en cuyo centro funciona la fuente de los Leones. Son cuatro figuras aladas, de cuyas bocas caen con fuerza chorros de agua. Más allá, las iglesias que llaman siamesas: Igreja dos Carmelitas e Igreja da Orden Terceira do Carmo. Hacia ellas encamino mis pasos, cruzando la plaza y la calle. La Igreja do Carmo, de edificio rococó, data del siglo XVIII, pero un magnífico panel lateral de azulejos es del 1912. En su interior, prima la oscuridad. Me siento en un banco y admiro el estrecho pero elevado retablo de talla dorada, y en lo alto observo los techos curvos. Es la iglesia de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Son las 4:20 de la tarde en esta ciudad portuguesa. Al salir, me recibe de lleno el sol. Adosada está la iglesia de los Carmelitas Descalzos, del siglo XVII. Combina sobriedad de estilo clásico con influencia barroca en sus púlpitos de talla dorada y en las piezas del altar. A lo largo de los lados de cada fila de bancos, un cordón impide entrar a sentarse, salvo en el primero de cada fila. Doy la vuelta y me marcho.

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