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COSAS DE DUENDES

El temor al vacío y al silencio

Dios me regaló una amiga que me asesora en materia de decoración. Ella me ha aconsejado siempre que cuando algo esté roto, desteñido, deteriorado, desflecado o feo, lo quite de en medio. Puede ser un mueble, una planta que se secó, un cojín, una mesa, una silla o una lámpara. No importa. Si ese objeto afea el entorno, lo recomendable es repararlo o deshacerse de él. También se vale quitarlo del medio, guardarlo en un lugar donde no esté expuesto. Cuando llegue el momento, arreglarlo y devolverlo a su sitio. El caso es que mi amiga insiste en que si no tienes nada que poner en el lugar del que eliminaste el objeto dañado, si no cuentas con algo que valga la pena para sustituirlo, dejes el espacio vacío hasta que aparezca lo que necesitas para ocupar ese rincón.

“Es mejor nada, que transmitir esa sensación de carencia, de pobreza”, me ha dicho. Aplico siempre su consejo. Por lo general, elimino cualquier cosa que se dañe hasta que pueda arreglarla. Me funciona muy bien. Pero hay personas que se muestran renuentes a retirar una mesa desvencijada para dejar un espacio vacío. Le temen a la nada. Prefieren algo que no cumple función alguna, que todos los días les transmite un mensaje de carencia o les genera angustia: cada vez que lo miras, te repites que tienes que arreglar eso. Aceptan todo menos dejar un rincón libre de estorbos porque, entonces, sus casas se verán vacías y eso parece que es peor que llenarlas de carcachos. Analizaba que este comportamiento es similar a la gente que piensa que siempre debe responder algo.

Que están obligados a decir cualquier cosa cuando alguien les habla. Le temen al silencio, igualito que los que rechazan no poner nada en un espacio disponible en sus casas. Pues les cuento que he hecho los dos ejercicios. El primero, sobre las cosas dañadas, es una norma en mi hogar. El segundo, me lo he aplicado con dificultad porque era de las que creía que siempre estás obligada a responder. Pero cuando he aplicado el silencio, ante aquellas preguntas o palabras que no merecen respuestas, ante situaciones que no me competen, ante personas que, precisamente lo que buscan es una reacción y ganarían si respondo a la provocación, he aprendido lo valiosísimo que es el silencio oportuno. Así que no le temo a los espacios vacíos y tampoco a no decir la última palabra. Haga la prueba, a mí me ha funcionado de lo más bien.

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