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SERIE ESPECIAL (1)

“La droga te quitó el orgullo”

RESIDENTES EN PROCESO DE RECUPERACIÓN NARRAN CÓMO CAYERON EN LA ADICCIÓN A DIVERSOS ESTUPEFACIENTES

Fue un próspero comerciante junto a su hermano, que ni siquiera en los peores momentos de su vida ha dejado de tenderle la mano. Su madre a la que tanto hizo sufrir se convirtió luego de morir en fuente de inspiración. Confiesa con amargura que la peor frustración es el tiempo que no ha podido dedicarle a sus dos hijas. Era un joven mimado en la casa, a tal punto que sus padres le regalaron su primer automóvil. Un problema de depresión mal manejado casi lo lleva al suicidio.

No es la realidad de una persona en particular, pero todos tienen en común que están inmersos en una lucha tenaz, algunos con más de un intento, por zafarse de la esclavitud de las drogas.

O quizás podría ser un primer “porro” por simple curiosidad o para acceder a la presión de círculos de amigos donde consumir “yerba” es hasta un estilo de vida.

El riesgo, según profesionales de la conducta y terapeutas que trabajan con adictos a las drogas, es que cada persona reacciona de una manera distinta y no todos están en la capacidad de controlar el consumo cuando el cuerpo comienza a exigir cada vez más.

A partir de ese momento el próximo paso sería consumir un estupefaciente más poderoso, como crack, cocaína, heroína o las llamadas drogas sintéticas tan apetecibles como destructivas.

Y la sentencia tiende a ser apocalíptica cuando el ser humano se convierte en drogodependiente: desde ese momento se pierde el poder de decisión y ahora las drogas comienzan a normar todo el accionar del individuo, que ya está en el primer eslabón de una cadena que lo convierte en un esclavo de su adicción.

La realidad a la vista es que se trata de una problemática que cada día adquiere proporciones más alarmantes y que puede tocar a las puertas de cualquier familia, sin importar edad, género, nivel educativo o posición social.

“Ganaba bien, pero de nada servía” Gustavo Adolfo Almánzar, de 33 años, era un próspero comerciante junto a su hermano mayor que le brindó todo el apoyo que necesitaba para lograr el éxito.

Pero Almánzar venía arrastrando la adicción a las drogas desde los 13 años, cuando a tan temprana edad comenzó a consumir marihuana incitado por un primo. Luego también usó crack y cocaína.

En principio lo hacía solo un día a la semana, pero después fue aumentando paulatinamente y llegó un momento en que se tornó incontrolable.

Tenía un colmado, vehículo y dinero suficiente para vivir de manera holgada, pero todo lo fue perdiendo por el consumo de sustancias psicotrópicas.

“Yo ganaba bien, pero de nada me servía, porque me mataba trabajando, y al mismo tiempo me estaban matando las drogas”, refiere sobre esa etapa de su vida en que incluso sintió el rechazo de la familia.

Luego de permanecer por 20 años en el consumo de drogas y comprender el grave daño que le ha hecho a su familia, especialmente a sus hijos, decidió regresar a Hogar Crea del ensanche La Fe de la capital, donde apenas tiene 15 días, luego de abandonar un tratamiento inicial en que duró tres meses.

“A los tres meses me vi bonito, limpio y pensé que ya había superado la adicción. Pero esto es una enfermedad que nunca se acaba y requiere de darle seguimiento siempre, porque muchas veces te llegan los reflejos, y debes tener las herramientas para enfrentar eso”, indicó Almánzar, quien refiere que nunca incurrió en actos delictivos para sustentar el consumo de drogas.

Confiesa que su hermano ha sido una persona clave en su actual determinación. “Mi hermano es un milagro de Dios. No todo el mundo tiene su paciencia, a pesar de todo el daño que le he hecho económicamente, él entiende que yo soy un enfermo, me apoyó y me sigue apoyando”.

QUEDÓ ATRAPADO POR EL ALCOHOL En Chile era un destacado productor de televisión y cine, además de un exitoso comerciante. Llegó hace un año a República Dominicana por recomendación de un amigo para recibir tratamiento por su adicción al alcohol, en Hogar Crea del residencial Alameda. Este hogar es un inmueble de dos niveles incautado a Rolando Florián Féliz, un exestudiante de Odontología de la UASD que llegó a convertirse en el capo más temido de República Dominicana, hasta que murió de siete disparos que le hizo el capitán de la Policía Lino Oscar Jiménez, el 16 de mayo de 2009, en la prisión Najayo de la provincia San Cristóbal, donde cumplía una condena de 20 años de cárcel por narcotráfico.

El chileno Jefferson (nombre ficticio para preservar su identidad), de 48 años, comenzó a consumir alcohol hace 15 años y asegura que nunca ha usado otras drogas. Tomaba pisco, una bebida típica de Perú y muy popular en Chile, whisky y cerveza.

“A veces pasaba tres y cuatro días que no abría mi local comercial, porque en los últimos cinco años llegué a un nivel excesivo en el consumo de alcohol, que en un principio lo tenía controlado”, indicó.

Lamenta que por su adicción al alcohol abandonó a sus hijas, en ese momento de cinco y ocho años, desde el punto de vista emocional, aunque económicamente nunca se descuidó con ellas.

Muy cuidadoso con su higiene, cuenta que llegó a pasar tres y cuatro días sin bañarse. “Llegué un momento en que no podía sostener nada en las manos por la necesidad del alcohol”, añadió Jefferson.

Considera que la parte positiva es que sus hijas nunca lo vieron borracho ni en esa condición, pero su adicción le impidió pasar más tiempo con ellas. Sus planes son quedarse residiendo en el país cuando termine el tratamiento en Hogar Crea, donde también se brinda apoyo a alcohólicos, porque asegura que le gusta el clima y la afabilidad de la gente.

“Yo tenía una vida fácil, mis padres me lo daban todo” ADICTO EN TRATAMIENTO NARRA COMO LAS DROGAS LE LLEVARON A DEJAR SUS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS Y UNA AUSPICIOSA CARRERA MILITAR Joel (nombre ficticio), de 37 años y residente en Los Cacicazgos, siempre fue un joven mimado en su hogar. Tenía todo lo que quería, sin la necesidad de preocuparse por nada y hasta le regalaron su primer vehículo.

“Yo tenía una vida fácil, mis padres me lo daban todo, por mi posición económica, lo tuve fácil para avanzar, pero todo me salió al revés por la adicción a las drogas”, precisó.

Probó marihuana a los 15 años dentro de un grupo en que todos lo hicieron en esa oportunidad por primera vez, a lo que luego siguió de manera progresiva la cocaína, el éxtasis y la heroína. Cuenta que esta última droga pasó a ser su preferida y terminó convirtiéndolo en un consumidor compulsivo.

Recuerda que la relación con su familia se fue deteriorando paulatinamente y, aunque se dieron cuenta de lo que hacía, el tema estuvo vedado porque nadie quería admitir que él era un adicto.

Debido a su adicción a las drogas dejó dos carreras universitarias a medio camino y una exitosa carrera militar, pues se la pasaba de fiesta en fiesta de miércoles a domingo, incluso con estadías de hasta seis meses en el exterior.

Llegó un momento en que no podía sustentar el consumo porque estaba usando demasiada droga, y entonces optó por tomar dinero de sus padres y llegó hasta a usar la mensualidad del colegio de su hijo para comprar estupefacientes.

“Era una conducta autodestructiva, y a pesar de que sabía que me hacía daño, no podía parar”, precisó Joel, quien indica que llegó a pasar cuatro días corridos consumiendo y luego dos días completos durmiendo.

Su primer tratamiento contra la adicción a las drogas fue en Cuba, donde permaneció seis meses y le costó a la familia cerca de 60,000 dólares, pero asegura que en esa oportunidad no tenía la intención de parar el consumo, y recayó.

Lo intentó nuevamente en un centro privado del país, con una inversión de alrededor de RD$700,000 para la familia, y en total tuvo cinco recaídas hasta que un día su madre adoptó la decisión de “cortarle el agua y la luz” y dejó de ayudarlo económicamente para hacerlo reaccionar.

“Yo perdí muchas cosas, primero una exitosa carrera militar, dos carreras universitarias, perdí lazos familiares e interpersonales de amigos, y esas fueron las causas que me motivaron a buscar la recuperación”, indicó Joel, quien tiene cuatro meses y una semana en Hogar Crea de Alameda.

Asegura que se cansó de consumir, pero mucho más de entrar y salir a programas de rehabilitación, por lo que está plenamente seguro de que en esta oportunidad logrará la rehabilitación definitiva. “La droga no me ha dejado nada bueno, y me dije a mí mismo hasta aquí llegué”, afirmó.

El Hogar Crea de Alameda recibe a personas que pueden pagar por el tratamiento. Tiene capacidad para 28 personas y actualmente hay 20 residentes, cinco extranjeros. Tiene cuatro habitaciones, cada una con baño y aire acondicionado.

Mi viejita sufrió mucho Julio César Lozano, de 4 2años, lleva diez meses recibiendo tratamiento en Hogar Crea del ensanche La Fe.

Su madre falleció el pasado 2 de mayo y, en un momento en que sintió que las drogas termina- rían también con su vida, recordó los sufrimientos, sinsabores y disgustos que le había hecho pasar a su progenitora por su adicción; primero al alcohol y cigarrillo, después a la cocaína.

“Ella me dio mucho apoyo. El mejor regalo que ella me pudo dar fue hacerme entrar en razón, y después que ella murió he decidido seguir hacia delante”, expresa sobre cómo su madre le insistía constantemente para que procurara su recuperación.

“Hacía muchos líos y engañaba a mucha gente, cuando yo estaba en el consumo compulsivo, para conseguir ese dinero hacía lo que sea”, narra Lozano, quien ahora se muestra incrédulo cuando se detiene a pensar en lo que hacía para mantenerse en el vicio.

Las drogas le llevaron a abandonar a su esposa por otra mujer y a descuidarse de sus tres hijos, pues asegura que la adicción termina convirtiendo a las personas en indolentes. “Yo me pongo a pensar en todo el dolor que le causé a esa mujer (su pareja), a mi viejita (su madre) y a mis hijos, y pienso que no hay forma de una persona hacer tantas cosas así, a menos que no sea con algo tan destructivo como las drogas”.

Lozano, oriundo de Valverde y residente en la capital, estudia actualmente Mecánica Industrial Dual en el Instituto de Formación Técnico Profesional (Infotep), en virtud de un acuerdo entre esa institución y Hogar Crea para formar a los residentes, como son llamados quienes están en tratamiento.

“Hice mucho daño, pero gracias a este programa he recobrado mi sobriedad, mi familia, pero lo más importante, mi vida”, argumentó el adicto en proceso de rehabilitación, quien destacó que hace una semana incluso recibió la visita de un hermano que se había alejado.

Adicción casi lo lleva a la muerte Pedro (nombre ficticio para preservar su identidad), de 36 años, se inició en el consumo de marihuana con un grupo de amigos a los 18 años de edad, y cuando cumplió 25 años ya usaba también crack y cocaína.

La impotencia de no poder ver a sus hijos durante siete años, luego de que su pareja se los llevara a Estados Unidos, le provocó una gran depresión que, unida al consumo de drogas, lo colocaron a las puertas del suicidio.

Ella lo abandonó definitivamente cuando lo apresaron tratando de introducir bolsitas de heroína al país en su estómago por el Aeropuerto Internacional de Las Américas. Fue tan traumático ese momento que recuerda con precisión el tiempo que estuvo preso: “Un año, ocho meses y 20 días”.

Es un paciente diabético y a veces no tenía para comer ni para sus medicamentos. Pasó de ser un hombre útil a una persona que no podía suplir sus más mínimas necesidades. “Todo eso me llevó a tratar de suicidarme para ya salir de eso”, agregó sobre la frustración que le embargaba en ese momento. “Fue bien feo porque todo el mundo se te aleja, se va de tu lado, pierdes hogar, lo pierdes todo”.

Pedro está en su primer intento para recuperarse de la adicción a las drogas en Hogar Crea Alameda, donde tiene ocho meses totalmente sobrio.

Un trago a los 11 años Michael (nombre ficticio) es un joven curazoleño de 20 años que esta semana cumplió su primer año de tratamiento en Hogar Crea Alameda.

Se dio un primer trago de cerveza a los 11 años de edad en la casa de una tía y luego fumó cigarrillos. Su madre lo trajo de Curazao para superar su adicción a la marihuana, la cual comenzó a usar con sus amigos de la escuela.

De ser un chico dócil, se convirtió en un joven encerrado que tenía constantes problemas con los vecinos. “Sí, yo meto droga”, le dijo un día a su padre cuando le preguntó si su mal comportamiento se debía a alguna adicción. “Mis padres están felices porque antes casi no hablaba y ahora estoy más abierto con ellos”, precisó.

Nota del editor

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