Santo Domingo 21°C/21°C clear sky

Suscribete

RECORRIDO

“El agua se llevó la leche de mi bebé, el gavetero con la ropa y el colchón”

UNA MADRE Y SU FAMILIA, COMO MUCHOS OTROS RESIDENTES EN LAS CAÑITAS, ESTÁN SIN COMIDA Y SIN SABER DÓNDE DORMIR TRAS INUNDACIONES

Pobreza. Lilianny, de cuatro meses, se quedó sin leche y sin ropa por las inundaciones.  Foto: Raúl Asencio

Pobreza. Lilianny, de cuatro meses, se quedó sin leche y sin ropa por las inundaciones. Foto: Raúl Asencio

Eran las 12:00 del mediodía y Leanny Castillo aún ignoraba qué iba a comer o dónde acostaría a su hija Lilianny, de cuatro meses. Pues las inundaciones, provocadas por la crecida del río Ozama, en el sector Las Cañitas, del Distrito Nacional, arrastraron la leche de su pequeña, los pocos alimentos que tenía, el gavetero con la ropa de la familia y su deteriorado colchón.

En su hogar solo queda un mueble mojado, una pequeña estufa, y algunos platos vacíos porque no había conseguido dinero para comer. Ella, su esposo y su niña, sobreviven con algún que otro alimento que les da o vende una cuñada.

“Comemos guineítos, hasta nuevos, si aparecen. Aquí nadie (organismos de socorro) nos ha traído nada”, narra mientras intentaba secar parte del agua sucia que llevó el río hasta su humilde casa de madera y techo de zinc.

Al relatar cómo fue ese lunes en la madrugada, cuando las aguas del Ozama anegaron su casa, dice que “ocurrió muy rápido. Tuvimos que salir corriendo de aquí, el agua hasta se llevó mi gavetero, pero imagínate, no pudimos agarrarlo, el agua lo arrastró y perdí casi todas las ropas de la niña”.

Leanny es tímida y casi no quiere hablar. En cambio, su hija, sonríe con frecuencia y está atenta a cada movimiento de la cámara fotográfica, pues, en su inocencia, ignora toda la pobreza de su alrededor.

Pasados 15 minutos de la conversación, la joven, de 23 años, cuenta con más detalles su calvario, el cual, según dice, finalizaría si tuviera un techo digno para su hija.

“Quiero que me saquen de la zona del río, una casita aunque sea de madera. Pero no aquí abajo (en la ribera del Ozama), si no allá arriba, para que, cuando llueva, el río no entre a mi casa”, suplica Leanny, mientras carga un cubo con agua sucia que sacó de su casa.

Las lluvias dañaron su nevera, por lo que no tiene dónde conservar los alimentos.

Por ahora, a esta joven madre solo le queda limpiar todo el fango que todavía queda en los alrededores de su empobrecida vivienda, o como dice, “rogar para que no llueva”.

La pobreza y las inundaciones no solo tocan la vida de Leanny y su familia, también son compartidos por otros residentes a orilla del río, como es el caso de Donato López, de 68 años, quien vive en esa zona desde el 1988.

Este envejeciente vive solo y tiene cuatro días con su colchón y mosquitero mojados. Su cama se sostiene con al menos seis latas de aceite.

A pesar de su situación, Donato dice que intenta dar su mejor cara.

“Yo trato de olvidarme de este problema y juego dominó”, contó mientras mostraba un certificado y una medalla que obtuvo en el Torneo de Dominó de Adultos Mayores.

Al igual que Leanny, Donato dice que los organismos de protección civil solo socorrieron a los damnificados el primer día de la inundación, hace unos cuatro días. Se queja de que no ha recibido alimentos ni medicinas.

“No nos han traído ningún tipo de ayuda, nada”, afirma.

Donato, quien tiene tres hijos, dos en Sabana Perdida y otro en San Francisco, narra que se alimenta “de lo que me dan”.

“Vivo haciendo líos para comer, eso hasta que Dios quiera. Algún día pagaré”, narró mientras cocinaba carne de res guisada, la cual le fiaron en un colmado de la localidad.

Cuando ya no hay inundaciones, López siembra matas de guineos en su improvisado patio, cuando los cosecha, se alimenta de ellos y les da a sus vecinos, quienes también lo asisten con comida.

Otro afectado es Rafael Aquino Contreras, quien estaba dormido cuando otros vecinos dieron la voz de alerta por las inundaciones en Las Cañitas. Cuenta que tuvo que salir corriendo con sus cinco hijos, todos menores de edad, y que solo lo tienen a él como sustento.

De sus hijos, Estarlin, de 16; Perla, de 12; Carlos Manuel, de 13; Daniel, de 10 y Abraham, de 7, solo estudian dos: Perla y Carlos Manuel.

Leanny, Donato y Rafael regresaron hoy a su hogar, los cuales todavía tienen agua enlodada en los rincones. Sin embargo, la vivienda de Marisela Batista, de 32 años, permanece cerrada. No ha regresado desde el pasado lunes, cuando, a las 5:00 de la mañana, su hogar se convirtió en un lodazal.

Bautista reside con su esposo y sus dos nietas, Liliana, de cinco años, y Lismary, de tres.

Dice que Liliana no ha regresado a la escuela porque sus materiales de estudio se mojaron. Por ahora, Marisela y su familia se están refugiando donde una hermana y unos vecinos.

Marisela también cuenta que, tras cada temporada de lluvias, solo reciben “promesas y promesas y nada llega. Lo que quiero es que me saquen de aquí, uno tiene que salir corriendo cada vez llovizna”.

Con una voz agitada y sus pies sucios de lodo, narra que “para poder comer, mi marido toma prestado y vende cangrejitos”.

Al preguntarle qué iba a comer, dijo que todo depende de si su marido consigue vender algo.

Mientras, el río sigue su curso, los residentes en esa afectada zona intentan regresar a su vida normal. Algunos niños jugaban. De su lado, hombres y mujeres adultos limpiaban sus hogares.

Un dato curioso es que a orillas del río se observa extrema pobreza pero, unos metros más arriba, los jóvenes estaban en los colmados, uno de los cuales cuentan con una piscina, aunque estaba vacía.

Estadísticas

De acuerdo a registros de Disaster Data Base (Base de Datos de Desastres) desde el 1930 al 2015, el país ha sido afectado por más de 70 fenómenos naturales, alcanzando aproximadamente cuatro millones de afectados.

En cuanto a la vulnerabilidad, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) indica que las mujeres, los niños y las niñas son 14 veces más propensos que los hombres a perder la vida durarte un desastre o fenómenos naturales.

Ese panorama se torna peor. El Censo Nacional de Población y Vivienda 2010 reveló que unas 848 mil 288 viviendas se encuentran a orillas de ríos, cañadas y/o presas, lo que se traduce en miles de personas expuestas ante estos eventos.

Marisela tiene cinco días fuera de su casa, la cual permanece cerrada y repleta de lodo.  Foto: Raúl Asencio

El señor Donato López, de 68 años, vive a orilla del río Ozama desde 1988. Se queja de que las autoridades no los han socorrido.  Foto: Raúl Asencio

Leanny, de 23 años, conserva la esperanza de un techo digno, en cuál criar a su hija Lianny. Foto: Raúl Asencio

Tags relacionados