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La solución al crimen está en el colmado

Las rutas de movilidad son centrales para el correcto diseño y ejecución de la política en contra del crimen

Operativos. Diversos sectores cuestionan los metodos del gobierno para enfrentar el aumento del crimen y los asaltos.

Operativos. Diversos sectores cuestionan los metodos del gobierno para enfrentar el aumento del crimen y los asaltos.

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Carolina Santana SabbaghSanto Domingo

Últimamente, la criminalidad ocupa el centro del debate público y con razón. El país quiere soluciones oportunas, es decir, aquellas que se hagan efectivas previo a tanto derramamiento de sangre y llanto. Sabemos de manera sobrada que la solución no está en los discursos de mano dura tan populares y reiterativos en el sector oficial del país y la región, ni en la crítica social eterna y ayuna de los datos precisos que se necesitan para generar más que descontento, también conciencia acerca de por qué y cómo hemos llegado hasta aquí.

¿POR QUÉ Y CÓMO LLEGAMOS HASTA AQUÍ?

Aunque no sea popular reconocerlo en estos momentos, la data y las cifras que resultan del consolidado de las diferentes agencias oficiales arrojan que la violencia y la criminalidad han estado en su más extenso patrón de descenso de los últimos 17 años. Tras un aumento constante ocurrido entre 2007 y 2011, la tasa de homicidio se desplomó en 2012 y se ha ido reduciendo, año tras año.

Hemos estado peor, mucho peor. En 2004 y 2011, por ejemplo, la tasa de homicidio superaba los 25 puntos. En 2016, la tasa fue de 16.01 homicidios por cada 100,000 habitantes.

Pero, ¿quiere decir esto que está todo bien, que no hay de qué preocuparnos? No, ni tampoco quiere decir que la criminalidad y el auge de la delincuencia sea un tema de percepción.

A juzgar por el comportamiento de la tasa de homicidio en los últimos 17 años, los años electorales y los previos y posteriores a las elecciones (mayo pre-electoral a mayo post-electoral) presentan sin excepción algún punto de inflexión, en el que la tasa de homicidio iba en aumento y luego cambió su rumbo hacia un decrecimiento o lo contrario.

Esto se evidencia, por ejemplo, en los puntos de inflexión que se marcan en 2004 (año electoral), 2007 (año pre-electoral) y 2011 (año pre-electoral). Sin embargo, el más reciente ciclo electoral no ha parido su punto de inflexión. Ni el año 2015 (pre-electoral) ni el de 2016 (electoral) cambiaron la tendencia de descenso de la tasa que ha venido desarrollándose desde 2012. A juzgar por los patrones y salvo un cambio significativo y de alto impacto en las políticas públicas que inciden en la prevención y disuasión de la criminalidad, cabría considerar la posibilidad de que en este 2017 (año post-electoral) podríamos notar una inflexión, un cambio en el comportamiento de la tasa de homicidio. Ello podría implicar que lo que hemos estado sintiendo y viviendo desde diciembre de 2016 y en estos primeros meses de 2017 son los síntomas de ese auge que constituiría el punto de inflexión en el que se cambiaría el patrón de descenso de la criminalidad por un aumento.

No abordaremos las razones y teorías sociales que abordan por qué los procesos electorales y la criminalidad se encuentran potencialmente vinculados, incluyendo aquellos aspectos de variación de política pública por cambio de gobierno, dinámicas comunitarias de campaña que presentan riesgos, así como el descontento popular y el desgaste de gobiernos que se extienden por varios términos consecutivos. Basta con que comprendamos que esto responde a un patrón casi perfecto que se presenta desde hace décadas en el panorama criminógeno dominicano y que, por lo tanto –y esto es lo importante-, podemos prever los puntos de inflexión y aumento, para tomar medidas preventivas oportunas y no cuando ya el auge cobra vidas.

En cualquier caso, hay que apostar a que la autoridades tomarán medidas sólidas y que serán lo suficientemente efectivas como para romper el patrón de los puntos de inflexión. Se puede. El Gobierno sí puede aumentar los esfuerzos para dejarle una cicatriz al patrón que nos augura un aumento en el 2017.

Otra posibilidad, distinta o complementaria, es que hayamos estado sintiendo los efectos de los “meses pico” de la criminalidad. Aun en años de decrecimiento de la tasa de homicidio, los recientes meses de diciembre y enero, presentan un aumento de éstos fenómenos. En 2016, por ejemplo, diciembre presentó un aumento de aproximadamente un 23% en comparación con el promedio mensual de homicidios.

Las tres demarcaciones con mayor número total de homicidios son casi siempre las mismas y, en 2016, esto no varió. La provincia de Santo Domingo, el Distrito Nacional y Santiago, son –en ese orden– las demarcaciones con las más altas cifras de homicidio. En Santo Domingo, diciembre presentó un aumento superior al 16% en relación con el promedio mensual. En el Distrito Nacional, el aumento de los homicidios en diciembre es tenebroso, con un incremento más de un 75% del promedio de homicidios ocurridos mensualmente en la capital. En Santiago, el comportamiento de éstos fenómenos también es similar, presentando un aumento en diciembre de casi un 12%.

Sin embargo, es importante reiterar: Ya conocemos el comportamiento y el patrón de estos fenómenos, por lo que una acción reforzada, no solo a nivel policial, se hace necesaria en las fechas y ciclos, anuales y mensuales, en las que podemos predecir un auge sangriento de estos hechos de violencia.

¿DÓNDE, CUÁNDO, CÓMO Y POR QUÉ OCURREN LAS MUERTES POR DELINCUENCIA?

Lo que es más, en función de la data, podemos determinar qué días y a qué horas estamos en mayor riesgo o, lo que es lo mismo, en qué momentos precisos las autoridades deben poner especial atención a la criminalidad. Los necesitamos más la noche entre sábado y domingo, momento en el cual ocurren la mayor cantidad de homicidios. El domingo, principalmente por las horas de la madrugada que siguen a la noche del sábado, representa por sí solo casi el 25% de los homicidios. Es decir, que de los 7 días de la semana, en un solo de ellos ocurre 1 de cada 4 homicidios ocurridos en toda la semana. Los demás días oscilan entre 10 y 15% del total de homicidios, aumentando en los días cercanos al fin de semana y disminuyendo en los días entre martes y jueves, incluyendo éstos.

Es más, las autoridades podrían y deberían desarrollar o afinar un plan estratégico utilizando data hiper-específica. Por eso, estas informaciones sobre los días y horas más peligrosos son claves, pero deben estar acompañadas de un estudio y ejecución que divida las unidades de acción e intervención profiláctica al nivel más efectivo, que suele ser el mínimo.

En ese sentido, las cifras de violencia y criminalidad por barrio o paraje son idóneas. La política criminal efectiva debe responder a los que en criminología se denomina “place-based strategy”, o estrategia en base al lugar, que consiste –en términos prácticos- en partir de que el tratamiento y abordaje de la criminalidad no es el mismo en todos los puntos de una provincia o de un municipio. Estas son demarcaciones muy amplias, que albergan en su seno fenómenos criminógenos disímiles que pueden variar de una calle a otra. Por eso, por ejemplo, saber que Los Alcarrizos y Villa Mella son, según datos de 2016, las comunidades de mayor número de homicidios en Santo Domingo, y que Cristo Rey y Villa Consuelo lo son en el Distrito Nacional, al igual que Santiago y Bella Vista en Santiago De Los Caballeros, es clave para saber dónde actuar, pero aún esas informaciones pueden resultar demasiado generales para una política profunda y efectiva.

El “cuándo” y el “cómo” también son claves. En adición a la especial atención que merecen ciertos días de la semana y determinados barrios y parajes, también es importante que la estrategia tome en cuenta que, en general, en los últimos años, 2 de cada 3 homicidios ocurren en horas de la noche (entre 6 de la tarde y 6 de la mañana) y solo 1 de cada 3 ocurre entre las 6 am y las 6 pm y que el 60% de todos los homicidios ocurridos en 2016 se cometieron con armas de fuego.

Por tanto, el abordaje al tema criminal no debe ser tan simple como otra campaña nacional sobre mano dura contra la delincuencia. Primero, porque la narrativa vengativa no funciona, como lo han demostrado estudios y expertos de todas partes, y, en segundo lugar, porque la criminalidad no está en sus casas mirando el televisor y reflexionando sobre su accionar; está en las calles, en la vía pública, en los comercios… en acecho. Por eso, saber a qué horas, qué días y dónde trabajar el tema directamente es clave.

También es indispensable saber qué quiere la persona que riñe con la Ley Penal. ¿Por qué la delincuencia cobra vidas?

En República Dominicana, el 77% de los homicidios ocurren en el contexto de un robo o atraco o de una tentativa de éstos. La criminalidad no solo se previene analizando el accionar del perpetrador, sino también creando conciencia de las situaciones en las que las que podemos evitar la victimización. Por eso, datos como el contexto en el que ocurren los homicidios y la comprensión de los patrones de victimización son una parte clave para hacer un frente efectivo y estratégico al auge de la criminalidad.

EL MAYOR RIESGO: DELITOS DE MOVILIDAD

La política criminal verdaderamente efectiva es multidisciplinaria, aborda los fenómenos criminógenos y de victimización desde la educación y la concienciación, así como desde el tratamiento psicológico y psiquiátrico, el trabajo social, la cohesión, enlace e inteligencia comunitarias y, por último, desde el punto de vista de la infraestructura, sobre todo en lo relativo a las rutas de movilidad y transporte y la iluminación de las vías por las que transitamos.

Las rutas de movilidad son centrales para el correcto diseño y ejecución de la política contra el crimen. De hecho, junto con los colmados y colmadones, son –a nuestro juicio- uno de los puntos centrales sobre los que debería fundamentarse el desarrollo de esta política pública. Poco más de 3 de cada 4 homicidios ocurren por despojo de arma de fuego, de motocicleta o de vehículo, así como en el contexto de un atraco. Esto quiere decir que la abrumadora mayoría de las muertes por homicidio en la República Dominicana ocurren en las vías públicas, cuando las personas transitan de un lugar a otro, lo que se denomina la frecuencia de los delitos de movilidad. Puntualmente, el riesgo es considerable en horas de la noche durante el retorno de actividades laborales o sociales, lo que representa un peligro especial en aquellas zonas en las que la iluminación y la infraestructura no es idónea para mantener seguras las calles.

LA SOLUCION ESTÁ EN EL COLMADO

En adición a las rutas de movilidad y transporte, su evaluación, reubicación -si es necesario-, iluminación, patrullaje, y demás esfuerzos especializados para esas vías específicas en las que el transporte colectivo e individual transita con mayor frecuencia, también sería extremadamente correcto centrar la estrategia contra la criminalidad en los colmados y colmadones.

Solo en el Distrito Nacional, según cifras del 2010, hay 3,289 colmados y colmadones, es decir, más de 35 colmados por cada kilómetro cuadrado. La clave del éxito de la política criminal descansará sobre la capacidad de las autoridades de dividir el territorio en comunidades pequeñas y reducidas y ofrecer atención diferenciada en cada una de ellas. Por esa lógica, tan propia de la referida “place-based strategy”, nuestro país debe tratar los colmados y colmadones como puntos focales y centros de política profiláctica.

Quizás para algunos parezca curioso que sean éstos comercios tan típicos el eje principal de la política criminal preventiva y secundaria que proponemos. No debe asombrar. Los colmados dominan las calles de la comunidad a la que le sirven. Muchos podemos dar fe de que si se está perdido buscando algún lugar, basta llegar al colmado más cercano para que el “delivery” sepa llevarle exactamente al destino. Lo que es más, los colmados son un centro de recreación comunitaria y hay suficientes en todo el país como para dividir el territorio en células lo suficientemente reducidas para una política criminal profunda y verdaderamente diferenciada. Capotillo, por ejemplo, tiene un solo kilometro cuadrado de extensión y su realidad de microtráfico no es ni parecida a la de sus comunidades colindantes y cercanas como La Zurza y Gualey.

Los colmados y colmadones son, en términos de inteligencia comunitaria, casi un ángel salvador para cualquier intento de diseño de políticas públicas diferenciadas y específicas, y hay suficientes –de hecho, más de los necesarios- como para que la inteligencia comunitaria fundamentada en ellos presente un incremento de capacidad y de especificidad necesarias para prevenir y dar seguimiento a los temas de seguridad de manera efectiva. No solo son idóneos en términos cuantitativos, pues hay suficientes como para fragmentar el campo de ejecución de manera adecuada, sino que, además, manejan información cualitativa de su entorno que es necesaria y útil para el diseño y ejecución de la política criminal.

Sin una política criminal con divisiones adecuadas de campos de acción y con información de alta especificidad, la criminalidad estará “un paso más adelante” que las autoridades, dotados de mayor conocimiento acerca de la comunidad en la que operan, las zonas de vulnerabilidad, los callejones oscuros, las residencias en las que viven personas desvalidas, entre otras informaciones de profunda especificidad que a veces las autoridades investigan una vez ocurridas las desgracias, para identificar –con posterioridad- la misma ruta del crimen que pudieron haber identificado previamente con inteligencia comunitaria adecuada como la que puede llevarse a cabo de la mano de los colmados.

Naturalmente, no podrán las autoridades abordar las decenas de miles de colmados y colmadones que hay en todo el país en un solo intento o momento. No sería posible. Por eso, es necesario un plan de intervención comunitaria paulatina, que considere, en adición a la realidad criminal de cada zona, las rutas de transporte y los colmados y colmadones como ejes en la delimitación de las comunidades a abordar.

Podría iniciarse con una unidad piloto, un área reducida en la que se intervendría a la comunidad de manera pacífica, inteligente y estratégica, con el primer objetivo de realizar levantamientos y diagnósticos así como operativos de inteligencia comunitaria contra el crimen, que sean mucho más específicos y puntuales que la data que se sistematiza a nivel oficial, incluyendo no solo información cuantitativa, sino también cualitativa, para el diseño de un plan específico, hecho a la medida para esa comunidad.

Ese diagnóstico luego deberá arrojar las necesidades de infraestructura, manejo de contingencias específicas, vigilancia, concienciación, tratamiento comunitario, psicológico y trabajo social que arrojó la investigación realizada en el campo de acción.

Con ello, se procedería, entonces, a una política pública que no analice los fenómenos criminógenos desde demarcaciones amplias y vagas como provincias y municipios que no pueden ser definidas en su conjunto con una sola cifra porque dentro de ellas coexisten realidades criminales de diversa índole. Basta notar la abismal diferencia entre las calles de los sectores privilegiados de la capital y los barrios que le colindan en pleno centro del Distrito. No es posible, por ejemplo, abordar el Distrito correctamente promediando todas las realidades que alberga. Hay que abordarlo por partes. Hay que ir a los colmadones.

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