Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

ENFOQUE

De la anexión al TC: El nuevo Capotillo nacional

Avatar del Listín Diario
Rafael Guillermo Guzmán FermínSanto Domingo

“Hacer de la política, no es el arte de retener el gobierno, ni de dar a las naciones brillo pasajero, sino estudiar sus instintos, tratar del aumento y amparo de sus haberes”- - José Martí

La tiranía es el abuso del poder de un gobierno que la ejerce sobre la anatomía de un pueblo. Es el uso cruel y excesivo de la fuerza del aparato estatal, a su voluntad, con el objetivo de imponer su dominio en detrimento de la libertad, de la justicia y hasta de su cultura e identidad.

Ese fértil germen brotó desde el mismo nacimiento de las sociedades a pesar de las generosas propiedades antibacterianas de la libertad.

Desde Nimrod, fundador del primer reino de la historia en Macedonia hasta Falaris, tirano de Acragas; desde Ciro El Grande, conquistador de Babilonia hasta Alejandro Magno, aniquilador de Persia; continuando con los tiranos del gran imperio romano hasta la tiranía demencial de Hitler; en resumen, desde todas la épocas hasta el presente, la humanidad ha sido mártir de toda clase de despotismo, de toda forma de ignominia y de todo tipo de sufrimientos como si padeciera, en sí misma como un Cristo, su propio Viacrucis con sus varios Gólgotas a lo largo de los siglos.

Precisamente en este Mes de la Patria, los dominicanos auténticos, celebramos con fervor patriótico un aniversario más de la gran gesta heroica que nos libró de una de las tiranías más crueles y sanguinarias: la del general haitiano Jean-Pierre Boyer.

En ese contexto, la República Dominicana es una de las naciones que más ha sufrido las calamidades de las tiranías pero, al mismo tiempo, siempre ha sabido luchar titánicamente por ser libre. Desde la ferocidad del gobernador español de la isla, Osorio, con sus devastaciones hasta las punzantes bayonetas haitianas, los dominicanos solo pudimos dar término a nuestra humillante esclavitud cuando el genio filantrópico e inmaculado de Juan Pablo Duarte, junto a los inmortales Sánchez y Mella les demostraron a los opresores haitianos que con hazañas ilustres y perfilada política, los dominicanos éramos capaces de realizar las más heroicas proezas, de poseer la férrea determinación de dirigir nuestro propio destino y de defender hasta el martirio nuestra inherente identidad nacional.

No obstante, mientras la nación trataba de consolidar su independencia de la tiranía haitiana, proclamada el 27 de febrero de 1844, de repente, entre el torbellino de hechos sucedidos antes de la promulgación de la primera constitución, el 6 de noviembre de ese mismo año, se ve aclamado por las turbas y ejercidas las presiones sobre la Asamblea Nacional forzándolas a designar la elección del general Pedro Santana, como primer Presidente de la República con poderes subterráneos de dictador.

¿Cómo pudo ocurrir eso en la primera elección presidencial? Podríamos atribuirle razones multicausales tales como el deslumbramiento del prestigio del héroe de Las Carreras en unos, otros, fueron arrastrados por el caudal impetuoso de los acontecimientos, y todas estas, amalgamadas por lo súbito e intempestuoso de su elección, sumado a las presiones y alucinamiento a los miembros del Congreso.

Esas “dudosas artes” para alcanzar el poder trajeron como consecuencia que, años después, el antiguo paladín de El Número, se viera forzado a la degradante decisión de aceptar la anexión a España, ante las presiones de las potencias hegemónicas de la época, por un lado, y por el otro, la amenaza de otra invasión ejecutada por el estado haitiano. Con esta sumisión a la monarquía ibérica se desencadenaron hechos de violencia que trajeron como consecuencia muchos incidentes también violentos, pues la fuerza también tiene su propia lógica y puede engendrar eventos impredecibles de efectos irrefutables.

Cuando el Marqués de Las Carreras profanó la soberanía nacional con su descabellada anexión, no tardó mucho tiempo en escuchar otra vez el grito trinitario de “libertad soberana” que desembocó en la gesta bravía e inmarcesible de Capotillo el 16 de agosto de 1861.

La pretérita gloria del valiente general seibano terminó en el más vergonzoso ostracismo, despojado del honor de los próceres y de la admiración de su pueblo.

Triste ejemplo que condena a todos aquellos que se desvían o tuercen las leyes o no cuidan sus actos públicos ante los sabios instintos de su pueblo y la libérrima voluntad nacional.

Hoy en día estamos caminando descalzos por una semejante “Vía Dolorosa” hacia una nueva crucifixión.

¿Qué diferencia existe entre la pérdida de nuestra soberanía nacional como resultado de la “anexión a España” y las pretensiones de la creación de un “estado binacional” o la hipoteca de nuestra soberanía con la rúbrica del acuerdo firmado el 20 de enero del 2015?

¿Acaso las sentencias emanadas del honorable Tribunal Constitucional 168-13 y 315-15 no son el eco enérgico del mismo grito de Luperón en Capotillo?

Si nos dejamos conducir por la prudencia que nos enseñan los hechos del pasado, que si no recordamos nuestra historia estaremos condenados a repetirla, deberíamos rememorar los extraños méritos del general Pedro Santana, que por sus yerros desafortunados cayó estrepitosamente desde el pináculo de las glorias humanas hasta hundirse en el abismo de la servidumbre, al volver a ser un súbdito de la corona española luego de haber sido la primera espada de la República y caudillo de la independencia nacional.

Pues no tuvo la paciencia y fe suficientes en la criatura que él mismo ayudó a dar a luz, que ya gateaba por sí misma, como también, el desatino de no esperar el fallo de legitimación de la opinión pública y del consenso nacional, únicas entidades competentes para dictaminar los destinos y el tipo de gobierno que desean o necesitan.

Por el contrario, prefirió la sumisión de un Guacanarix a cambio de un título nobiliario y el brillo de las adulaciones, que seguir las huellas de un intachable y modesto Juan Pablo Duarte con una vida abrumada de virtudes, inmaculada y libre de ambiciones personales.

Es por todo ello que nuestra amada nación, en estas fechas patrias, necesita de sus dirigentes más encumbrados la grandeza de alma, que posean el valor de un Cristo ante sus cruces para enfrentar todo tipo de restos y desafíos, de líderes con los talentos políticos para defenderla bajo cualquier circunstancia y con guías experimentados con la suficiente humildad y templanza para “estudiar los instintos” de su pueblo cumpliendo con el sagrado deber ante la nación, como reza el apóstol José Martí, de “tratar el aumento y amparo de sus haberes”, enarbolando siempre las sacras palabras de: ¡DIOS, PATRIA Y LIBERTAD!

El autor el miembro del Círculo Delta

Tags relacionados