Santo Domingo 23°C/23°C clear sky

Suscribete

DESDE LA ÚLTIMA BUTACA

Kagemusha

Tatsuya Nakadai fue el tercer “divo” de Akira Kurosawa. El “matrimonio definitivo” ocurrió poco después de la ruptura de Kurosawa con Toshiro Mifune y de la “vejez” de su segundo protatonista preferido: Takashi Shimura. Nakadai ya había hecho carrera a la orden de Masaki Kobayashi y también había trabajado con Kurosawa como contraparte de Mifune en algunos filmes (“Yojimbo el mercenario”, por ejemplo.) Pero Nakadai no llegó a ser su el héroe mítico, al estilo de Mifune. Parece que Kurosawa manejaba mejor la personalidad histriónica del protagnonista de “Trono de sangre” y sabía sacarle extra a su personalidad artística. Por eso lo inscribió en la historia del cine como el símbolo del héroe “Samurai”.

Si bien Tatsuya Nakadai, no llegó a la altura de Mifune, en cuanto a oportunidades protagónicas, no tiene de qué arrepentirse por su trabajo profesional en las cintas donde trabajó.

En “Kagemusha”, Nakadai regala una actuación de clase. Kurosawa pudo desarrollar su discurso cultural gracias a esa facultad del actor de saltar de marginado a héroe y de villano a justiciero. Ese cambio de coloración en Nakadai se incluye con igual o mayor fortuna en películas tan memorables como “Ran” (del propio Kurosawa) o “Harakiri” (de Kobayashi).

Aquí, Kurosawa incursiona de manera curiosa en uno de sus temas preferidos, el manejo del poder. El filme presenta una ruptura del discurso del poder unipersonal, un quebrantamiento de la imagen mítica del líder individual, de la propuesta del Samurái de símbolo justiciero. En ese contexto, Kurosawa rompe esquemas convencionales para este tipo de guerrero, como la habilidad con la espada, la lucidez intelectual o la sabiduría personal, y las reparte entre los miembros del grupo que “manda” y que se esconde detrás del “doble” del jefe muerto para usarlo como marioneta.

Su estrategia cultural se relaciona con los principios que rigen la ciencia del poder, y cómo la vulneración de estos principios puede llevar a la derrota cuando ese poder no se ejerce de manera coherente al ser varios quienes lo ostentan, varios que provocan la lucha de criterios encontrados, la exaltación de las pasiones humanas y los intereses personales.

Esta película pertenece a la época en que los productores comenzaban a mirar de soslayo el cine alejado de una finalidad comercial. Y por esos azares del destino, aparecieron en su camino dos confesos admiradores y deudores de su obra: George Lucas y Francis Ford Coppola, quienes lo ayudaron a financiar el filme.

Técnicamente hablando, sobresale aquí una banda sonora capaz de trasmitir una épica quijotesca que resalta más la figura del antihéroe que la de quienes lo manipulan. Kurosawa maneja la cámara como pocos han sabido hacerlo. El cambio de planos y los encuadres son de matrícula de honor, enriquecidas por un guión memorable.

Aunque el tema principal es el manejo del poder, Kurosawa no pierde la oportunidad de marcar cierta identificación entre los personajes del ladrón y del señor feudal. Dentro de este logrado paralelismo, muestra momentos de increíble intensidad dramática donde el espíritu del fallecido se manifiesta de nuevo en la conducta del ladrón y parecen ser, por momentos, la misma persona.

Ficha técnica País: Japón. Director: Akira Kurosawa. Año: 1980. Guión: Akira Kurosawa & Masato Ide. Reparto: Tatsuya Nakadai, Tsutomu Nagasaki. Kenichi Hagiwara, Daisuke Ryo y Masayuki Ruy. Productores: George Lucas y Francis Ford Coppola. Premios: Palma de Oro en el Festival de Cannes 1980. Dos Nominaciones a los Premios Oscar en 1980. Sinopsis: En el Japón medieval, devastado por las guerras feudales, un ladrón de poca monta es elegido para suplantar al poderoso jefe de un clan, tras su muerte, por parecido físico.

Tags relacionados