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CINE

Londres bajo fuego

El resto es un perfecto desastre, y eso incluye no sólo a Aaron Heckhart como presidente, sino a la penosa aparición de un veterano y probado actor como Morgan Freeman, su vice… Picoteo.

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Armando Almánzar R.Santo Domingo

Por supuesto, si han visto “London Has Fallen” ahora van a ripostar diciendo que eso que se nos cuenta en la película no es una tontería, que gran parte de Londres destruido y miles de muertos no pueden calificarse de tontería. Y es perfectamente cierto si así lo piensan.

Porque, en el presente caso que nos hace perder tiempo (casi dos horas viendo el asunto, y ahora sentado escribiendo sobre el mismo asunto), la tontería no reside en la tan pormenorizada descripción (pormenorizada gracias al “artístico” y más que usado recurso de Hollywood: los efectos especiales) de las joyas arquitectónicas de la ciudad derrumbándose y a los hombres y mujeres cayendo como moscas bajo los efectos de disparos y explosiones, sino de la idea banal de utilizar el cada vez más frecuente empleo del terrorismo y su sevicia para contarnos una historieta boba con dos héroes inmaculados que, como era de esperarse y aunque todo se desarrolla en Gran BretañaÖ son norteamericanos.

Y esos dos “supermanes” son nada más y nada menos que el mismísimo presidente de los Estados Unidos de Norte América, Benjamin Asher, y su maravilloso guardaespaldas Mike Banning que, a más de ser sobrehumano, es un esposo maravilloso y un padre como no habrá otro igual.

Y esos dos señores, amigos de lo que se supone es el mejor cine, pasan por todo lo inimaginable y, claro, sobreviven: los tirotean desde bastante cerca empezando el asunto; los persiguen durante más de diez minutos disparándoles con todo, los tienen cercados en una casa varios villanos, y salen de ellos como saldríamos nosotros de un helado, vuelven a perseguirles por todas las calles, tumban el helicóptero en que viajan y salen como si de un velorio se tratara, les desbaratan otro carro encima y ni pestañan, se pasan media hora disparando en inferioridad numérica, se mete el Mike en la casa repleta de malos y se los deglute a todos, le estalla la tal casa encima y, cuando entran los otros buenos, ahí están ellos tal y como si acabaran de dormir una siesta, sólo que algo más sucios que si se hubieran chorreado de leche o les hubiera caído un huevo frito en las piernas.

Y, al final, ¿qué esperan? Por lo menos se ahorraron lo de las medallas para el héroe “supermánico” porque, de darle una medalla a él, tendrían entonces que darle otra al presidente (o mandarle a hacer una estatua, que está de moda de nuevo).

A todo ello se añade algo que no nos resulta demasiado estimulante: Gerald Butler. Desde que vimos a este señor hace unos años nos dimos cuenta de que le iban a inflar hasta convertirle en “estrella”. Por supuesto, ser una estrella no implica que el estrellado sea buen actor, y eso es lo que sucede con Butler, a quien vimos la pasada semana como Dios de Egipto y ahora como guardaespaldas, y pueden ustedes apostar que su “método” para hacer tan disímiles personajes es muy simple: poner la carota y sentirse buen mozo.

El resto es un perfecto desastre, y eso incluye no sólo a Aaron Heckhart como presidente, sino a la penosa aparición de un veterano y probado actor como Morgan Freeman, su viceÖ Picoteo.

Si la van a ver, lleven tapones para los oídos, que nosotros salimos con las orejas como empanaditas de cativía de tanto disparo, cohete, granada y bomba.

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