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CINE

‘Dinero fácil’: no es tan fácil hacer cine

Aunque este filme es relativamente corto (no pude hacer el cálculo, pero, no debo andar muy errado, no debe alcanzar los 90 minutos), estuvimos a punto de dormirnos a mitad de camino.

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Armando Almánzar R.Santo Domingo

Daniel Aurelio salió bien librado con el guión de “¿Quién manda?”, en el que funciona como pura fórmula, y luego escribió otro que no tuvo tanto éxito, el de “Pueto pa’mí”, que no es fórmula pero sí más flojo y reiterativo, y ahora, ¡repollos industriales”, al parecer se sintió engrandecido por sus éxitos (ambas películas han tenido bastante éxito en la taquilla), y se suelta en banda nada menos que como guionista, director y actor principal de “Dinero fácil”.

Y, aunque este filme es relativamente corto (no pude hacer el cálculo, pero, no debo andar muy errado, no debe alcanzar los 90 minutos), estuvimos a punto de dormirnos a mitad de camino.

Porque, vamos, películas sobre estafadores no son demasiado abundantes, pero recordamos ahora mismo un par de ellas: “Matchstick men”, 2007, de Ridley Scott, formidable, y “Nueve reinas”, 2000, de Fabián Bielinsky, excelente. Y, piensen, ¿qué detalles caracterizan a esas dos obras? Para empezar, que sus guiones están escritos con sumo cuidado y precisión, para que no surjan fallos en sus relatos y enredos peculiares en este género o subgénero y, tan importante o más, que ambas poseen un ritmo picado armonioso y dinámico.

Y en esos dos aspectos falla miserablemente “Dinero fácil”.

Primero, la forma inverosímil en que este señor, Vicente Ventura, decide hacerse pasar por rico y poderoso sin ser conocido más que como empleado a sueldo durante años: de buenas a primeras, decide “tomar prestado” el nombre de un joven rico que vive aislado del mundo y sale a aventurar como tal (al parecer le salió la lotto porque era de suponerse que, cancelado de su última chamba, no eran muy abundosas sus faltriqueras. Y sale, aborda a un tipo rico de verdad, y en menos de diez minutos le tiene de socio, tanto así que el tipo le suelta unos millones (usted nunca va a saber cuánto, como no sabrá cuál era el maravilloso invento que quería fabricar, ni cuánto era que le iba a dar al prestador del nombre: 3 veces lo que le daba el padre, cincuenta mil, pero, ¿al mes, al año?). Claro, ahora nos dirá el autor que lo del rico era para un fraude, para lavado, pero, ¿quién te dice que, sin papeles, sin firmas, sin ninguna garantía, el Vicente no podía tomar un avión y largarse con esa gran suma?

Y así vamos dando tumbos, con el Vicente luego de detective, con él y su amigo (encargado de los “chistes”) haciendo de asaltantes, arrojados soltando tiros, luego dándose golpes con el villano Torre, todo una larga lista de naderías sin mucho sentido.

Eso en cuanto a la historia, aunque nos faltaría mucho y no tenemos tanto espacio. Pero, en lo que a cine se refiere, esta historieta boba está contada con una parsimonia que raya en lo desmadejado por la falta absoluta de elementos que nos hagan respingar por lo menos un instante; ni siquiera esas señaladas escenas de “acción” nos sacan de la modorra, el ritmo de este filme es tan monótono que no contribuye en nada a que el espectador tenga interés en saber en qué parará la cosa y por esa tan sencilla razón cuando el asunto termina usted abre un ojo y suspira.

Y nada más. Por cierto, a las feministas: esta historia es como tantas otras del cine criollo, los personajes femeninos tienen poca importancia pero, sobre todo, están todo el tiempo a la espera de que aparezca alguien con dinero para acostarse con él.

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