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DESDE LA ÚLTIMA BUTACA

Gett: El divorcio de Vivianne Amsalem

Los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz (ella Ronit y él Shlomi) incorporan a la estética del llamado “cine judicial” una mirada muy personal: la voz de una demandante que tiene la razón pero que las leyes de su país se la niegan.

Ambos directores (ella es también la protagonista) no enfrenta una historia donde la injusticia o la corrupción de un sistema, de un tribunal o de un jurado impide consagrar un legítimo derecho, sino contra las leyes del Estado: anárquicas, fuera de contexto y condenatorias. De manera que no estamos ante un juicio penal donde se defiende o no la inocencia de un acusado. Dentro de esa categoría fílmica corren múltiples obras, a lo largo de la historia del cine, que brillan con luz propia.

La diferencia entre estas cintas (“Doce hombres sin piedad”, por ejemplo) y “El divorcio de Vivianne Amsalem no es solo la naturaleza civil del proceso judicial, sino una especie de semiótica de la culpabilidad que esconde la naturaleza impotente de los encargados del acto de impartir justicia quienes, con las manos atadas, fijan un proceso (idílico, formalista) para respetar el status quo, a sabiendas de que no podrán contradecir la ley que condena a esa mujer, aunque saben del derecho que le asiste.

No estamos, pues, frente a una película “emotiva”, ni a una “conmovedora denuncia de género”.

Dentro de este filme se mueve algo mucho más temible: la facultad de impartir justicia en base a leyes obsoletas, a principios desactualizados, a tradiciones salvajes y a maneras ortodoxas de enfrentar un proceso judicial sobre la simple base de interrogatorios y aportaciones de pruebas. Aquí no hay “buenos ni malos”, sino hombres y mujeres que actúan según los principios de la sociedad donde viven. Son seres productos de la ley. Esa ley que los obliga a comportarse de una manera determinada, aunque en el fuero interno estén en contra de ella.

No por ello se sugiere que en Occidente brilla el reinado de la exquisitez jurídica, todo lo contrario. Cada pueblo, cada Estado, cada poder, impone determinas normas elevadas a categorías absolutas que los ciudadanos no pueden contradecir porque todo un sistema está preparado para actuar frente a quienes las cuestionen.

“El divorcio de Vivianne Amsalem” (tercera parte de una trilogía que hizo época en Tel Aviv por recrear la historia de un matrimonio (‘To Take a Wife’ (2004), ‘Shiva/Les 7 Jours’ (2008) y “el divorcio…) aportan miradas menos “entretenidas” que otras piezas del mismo género.

“Get...” es una obra impecable, con un guion ejemplar, actuaciones soberbias, fotografía inmejorable y planos referentes.

Esas tomas a las piernas de la protagonista rozan la novedad aportativa por la firmeza, rigidez y cercanía a su alma. Además, hay un contraste ejemplar entre luces y sonidos. La luz dentro del juzgado es distinta a los espacios fuera de este, mientras que los sonidos que penetran por debajo de puertas y ventanas y son distintos a los producidos en el ambiente judicial. La fotografía no está prefabricada a partir de los puntos de vista del director, sino que por sus múltiples lecturas, permite ver, desde diversos ángulos, las posiciones y criterios de las contrapartes, encontrados o no con los argumentos de la protagonista.

Ficha técnica País: Israel. Año: 2014.

Duración: 115 minutos. Dirección y guion: Ronit Elkabetz, Shlomi Elkabetz. Reparto: Dalia Beger, Ronit Elkabetz, Simon Abkarian, Menashe Noy y Gabi Amrani.

Sinosis: Una mujer israelita, separada desde hace años de su marido, presenta su proceso de divorcio. Ella sabe que las leyes de su país le impiden obtenerlo sin el consentimiento expreso de su cónyuge.

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