Manzana

Era una fiesta y la muchacha no tenía nada líquido en la mesa. Le ofrecí una piña colada sin alcohol y me preguntó qué era eso. Al explicarle y para que se sintiese atendida le pido al camarero consentirla con la sabrosa mezcla.

Cuando la tuvo al frente le daba vergu¨enza beberla y me la pasó para que yo la degustara en su lugar. Insistí y al final le gustó.

La muchacha, rayando los catorce años, me confiesa su deseo de tener una de las manzanas que formaban un árbol de Navidad en el bufet. Sus ojos estaban fijos a ese festín de frutas y le dije que cuando nos invitaran al almuerzo podía tomar las raciones que ella quisiera.

En otra comida, pero multitudinaria, en honor a la niñez de Acción Callejera, un voluntario me contó que al poner carnes en los platos, muchos niños y niñas la desechaban porque no conocían el ¨tajo¨ tan común para otras personas.

Y por eso decidieron preguntarles qué querían almorzar y gritaron pizza a coro.

Para muchísimos ¨muchachos¨ (como Milagros de Féliz le llama a sus queridas almas de Acción Callejera) comer pizza -tan común para cualquiera- es un acontecimiento, como lo era en nuestra niñez ver en diciembre los dulces blancos con frutilla roja de Brach´s, las manzanas rojitas y las uvas que mi padre saboreaba jubiloso.

Episodios como los citados gritan desde la inocencia infantil, la desigualdad extrema del mundo que habitamos. Por un lado lo mucho que tenemos a la mano y por el otro la genuina aspiración de poder tocar lo vital o un poco del cielo en una manzana en Navidad. Pensar que se cuenta con 40 pares de zapatos para un par de pies y muchos niños con calipsos impares rebuscados entre escombros del vertedero de Rafey.

Así como el deber llama a romper la cadena de la corrupción, exigiendo mejores y efectivas políticas de transparencia, del mismo modo juntemos las manos para que la diferencia social y el hambre no nos siga distanciando y no arrebate el presente y el futuro a la niñez del mundo.