Los Nadies

Les llaman chopos porque no usan ropa lujosa producto de fortunas dudosas. Los confinan a la orilla porque el VIP es para la gente de bien, los de apellido, los de familia.

Camino a la escuela, sus hijos sortean posibilidades infinitas de ser atropellados por el timón locario de la selva urbana.

Las esposas, empujadas hace rato a doble y triple jornada laboral, sirven café a las cinco de la mañana desafiando el sobresalto de un robo agravado que les deje la vida en una intersección. Sus hijas adolescentes van preñadas por la iniciación temprana, el incesto o la violación sexual cubierta por la doble moral partidaria o los pocos pesos que ofrecen los agresores, casi siempre hombres con más de 40 años.

En campaña política les besan mejillas, le aprietan las manos arrugadas de tanto esperar y le rocían romo a la posibilidad de discernir. Existen por la coyuntura de las elecciones o por el asomo de una tormenta, inundación o temblor de tierra. Esto último suele sacar el refajo de una sociedad descaradamente desigual.

Y entonces es falsificada la medicina que les toca, es desfalcado el seguro médico y la seguridad social que promete una gota de recurso en la vejez. Son mal construidas las viviendas económicas que le destinan; el salami lleva excremento y la azúcar es adobada de arena. No hay quien les salve. Están obligados a malvivir.

Un amigo mencionó recientemente a Eduardo Galeano, cuando en ¨El libro de los abrazos¨ recordó: “Los Nadies: Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los Nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los Nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba. Los Nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica Roja de la prensa local. Los Nadies, que cuestan menos que la bala que los mata¨.