Hora de la escuela

Desde las siete y pico de la mañana inicia la marcha hacia las escuelas. En la carretera Don Pedro de Santiago la fila de vehículos delata el perfil de quienes estudian en los colegios de la zona. En ese tramo es común la carrocería impecable y los motores de alto rendimiento.

En otro extremo de la ciudad, por El Ejido y el Ensanche Bolívar, niños y niñas caminan por el poco espacio de las aceras que les dejan los comercios ambulantes. Saltan, corren para sortear los impedimentos del camino. Y cruzar la calle es otro suplicio para infantes de cuatro años en adelante. La ferocidad de motores y de los vehículos de cuatro ruedas es una amenaza a la vida que avanza uniformada de caqui y azul hacia el sendero del aprendizaje y la superación.

De la mano, esta mañana un hermano mayor llevaba a la hermana coronada en moñitos. Iban de prisa porque faltaban 20 minutos para las ocho y les separaba un buen trecho hasta la puerta de la escuela.

El sábado pasado una madre dedicó sus mejores elogios a un alcalde millonario que llevaba diariamente a sus hijos a un colegio bilingüe, de matrícula exorbitante. Me parece bien. La paternidad responsable es un admirable deber no importa la condición económica de la persona. Está claro -aunque no sea lo justo- que unos respiran con mayor calidad que otros.

Lo que sí es notable es que la niñez de El Ejido, de la Yagüita de Pastor, de Los Salados y Cienfuegos tenga que vencer solita los estragos rurales y urbanos en ruta a la formación. Primero el esfuerzo en casa de mandarlos con algo en el estómago, limpios, uniformados. Luego encomendados a Dios para que el camino esté libre de tropiezos y la gente al volante sea prudente y compasiva.

Ha llegado la hora de la escuela. Acompañemos, apoyemos e inspiremos nuestros niños, nuestras niñas. Son el mejor abono de una Patria que les necesita sanos, íntegros y educados.