El carnaval

Una de las añoranzas del ser humano es poder detener el tiempo.

Mantener la lozanía de la juventud y el brío de la adolescencia es de los deseos inherentes, silentes y recónditos que muchos exteriorizan y otros callan. Pero que en el fondo todos tenemos.

El atleta sufre ese proceso más que cualquier otro profesional.

Lo sufre porque su cuerpo es la herramienta de trabajo que esculpe con más delicadeza, ahínco y consistencia. El vivir en una figura fornida, esbelta, fortalecida por extenuantes horas de trabajo y estéticamente agradable es algo fácil de acostumbrarse.

La mente se adecua y se fortalece tanto o más que el cuerpo y el atleta disfruta vivir en ese estado en el tiempo.

Solo un atleta sabe lo que cuesta trabajar un “six pack.” Para ser atleta no hay que jugar profesional. El que entrena consistentemente y le da tiempo a su cuerpo de absorber los efectos de un entrenamiento, comienza a ver la respuesta en la definición de sus músculos y el bienestar general. El hacer ejercicios produce efectos positivos de manera integral, siempre y cuando no nos volvamos adictos a la apariencia y la presión social.

CARNAVAL: Nuestro cuerpo es carne y quien lo ejercita puede verse sin querer en su propio carnaval. La etimología de la palabra carnaval significa quitar la carne, y en sus orígenes la celebración se usaba como una forma de darle rienda suelta al cuerpo tres días antes de entrar en la cuaresma; se caracterizaba por ser un período de permisividad y cierto descontrol, previo al tiempo de recato y búsqueda de “Dios.” Metafóricamente, el carnaval del atleta es aquel período donde uno se puede sentir tan dueño y señor de sí mismo que puede virar y tornar. Es esa temporada donde el cuerpo anda buscando complacerse y darse cierta permisividad. Es ese tiempo donde la carne puede convertirse en un ídolo, y satisfacerle en sus más mínimos caprichos, sin medir lo que pueda venir.

El verse y sentirse bien se supone que es algo positivo, pero cuando el cuerpo convence a la mente y al bolsillo de que merece ser recompensado, es cuestión de tiempo para que se caiga en un desacato. Es fuerte la tentación de no querer mostrar unos biceps trabajados, unos abdominales bien planchados y unas pompis bien adiestradas.

En este tiempo de explosión de redes sociales, es tentador exhibir la flexión que pueden hacer unos pectorales. Pero acceder a los requerimientos del “señor cuerpo” y darse gustos que más adelante traen sustos, no es un juego.

UN GUSTAZO, UN TRANCAZO: El comprender que los carnavales acarrean consigo desorden y consecuencias es algo que nos ayuda a cohibirnos de darnos ciertos permisos.

Las ciudades por donde pasan los carnavales quedan llenas de sucio, de déficit económico, de desorden y caos. Así mismo atletas que se dan el gustazo de celebrar en descontrol, pueden terminar con el trancazo de ver sus vidas llenas de error. No todos los apetitos del cuerpo son de edificación, y la gran mayoría vienen para destrucción. Asimilar el descenso de los bríos de la juventud es cuestión de estar satisfecho con la vida y uno mismo. Comprender que cada etapa es para disfrutarla decentemente y en orden, hace que resistamos la invitación del cuerpo a celebrar nuestro auto carnaval. Es ley de vida que todos envejeceremos y pereceremos. Por más que nos afanemos en batallar la flacidez del tiempo, y el efecto gravedad, al final a cada uno nos alcanzará.

Cuando los deseos no son dirigidos de acuerdo con el Creador, sino con la creación, siempre habrá riesgo y peligro. El carnaval de la vida siempre nos querrá influenciar para que pensemos en la inmortalidad, pero recordemos que al final todo es vanidad.

“Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la venidera.” 1 Timoteo 4:8. Es mejor que nuestro afán esté bien equilibrado y sea por una causa eterna y no por una temporal.

Hasta la próxima.