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Una mezcla que no mezcla

Sin un pueblo educado, sin instituciones fuertes, no puede erigirse un Estado funcional y efi caz. Esa es la praxis de Haití, que explica la hondura de su pobreza y su estancamiento como nación.

Más o menos con estas pinceladas ha descrito el general Henri Namphy, exgobernante militar de Haití, la realidad de su país, en una entrevista concedida al LISTÍN DIARIO, la primera que ofrece a la prensa en sus 29 años de residencia en República Dominicana.

Si bien para el resto del mundo el principal problema de Haití es su pobreza ancestral, que hunde sus raíces en los tiempos mismos de la colonización, para el general Namphy el número uno es la educación.

Con una población mayoritariamente rural y aislada, cualquier esfuerzo por llevar a los ciudadanos las herramientas de la educación, ha resultado infructuoso.

“Sin educación no existe ciudadano.

No se puede hablar de democracia sin ciudadanos”, ha dicho el general Namphy, poniendo el dedo en la llaga de un problema que poco a poco ha ido dejando de ser para Haití únicamente.

La República Dominicana padece las consecuencias de esta asimetría entre dos países semejantes, porque tienen identidades propias, pero opuestos por la idiosincrasia y por las diferencias económicas, sociales, culturales y políticas.

La población haitiana que emigra hacia nuestro país, huyendo a todo el conjunto de pobreza, es predominantemente inculta; es decir, carente de formación escolar y cultural, que logra sobrevivir de los empleos más duros y extenuantes que evade el dominicano.

Esa población es la que cohabita ya en muchos barrios, campos y pueblos, reproduciendo en ellos las costumbres, actitudes y comportamientos con las que nacieron y se criaron como “masa rural y aislada”, en la defi nición del general Namphy, en Haití.

Esta mezcla de patrones de cultura y costumbres, agravada por la falta de educación cívica y formal, es la mezcla que no mezcla con las nuestras.

Es la asimetría de fondo que tal vez muchos aquí no han logrado percibir en sus potenciales riesgos a la solidez de una plataforma de valores, principios, leyes e instituciones que soportan el Estado de derecho y, más que nada, el régimen democrático de nuestro país.

Y así hay naciones y organismos que pujan y presionan por una yuxtaposición de dos pueblos distintos, totalmente asimétricos, que comparten una misma isla, como dos caras de una misma moneda que nunca podrán estar de frente entre sí.

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