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Las mellizas de Odebrecht

La maquinaria de los sobornos opera bien lubricada en el país y las cotas, en algunos casos, parecen ser más altas que las de Odebrecht, casi hermanas gemelas.

Solo eso explica que el fi sco deje de percibir, anualmente, 350 millones de dólares por impuestos no cobrados o evadidos por concepto de comercialización de bebidas alcohólicas que entran al país por tierra, muelles o aeropuertos.

Para montar una estafa tan monumental deben mediar sobornos y complicidades ofi ciales.

Pasa lo mismo con el negocio del tráfi co de indocumentados, la falsifi cación de medicamentos, cigarrillos, productos supuestamente comestibles y otros ilícitos que además de representar una competencia desleal en perjuicio de la industria nacional, priva al Estado de cobrar miles de millones de pesos en impuestos legales.

En cada una de estas maquinarias de engaño y evasión se mueven muchos “hombres del maletín”, sin duda alguna, porque los contrabandos y tráfi cos ilícitos continúan imparables.

Y en un país en que la evasión fi scal constituye “el deporte favorito de muchos”, según las propias palabras del actual director general de Impuestos Internos, con más razón se entiende que haya vías abiertas, aunque subrepticias, para los sobornos al por mayor y detalle, única forma de hacer pasar las mercancías ilegalmente o comercializarlas localmente sin pagar el ITBIS.

Los sobornadores que pertenecen a estos grupos no son tan perseguidos ni vituperados como los de Odebrecht, porque han tenido la suerte de no ser descubiertos, pero no dejan de parecerse, como las mellizas o gemelas, en la intencionalidad de ganarse el dinero más fácil por la vía de la sobrevaluación de obras o servicios al Estado o de la estafa al consumidor con productos adulterados, falsos y generalmente dañinos.

La esperanza es que el Estado pueda aplicar efi cazmente la ley contra el lavado de activos, fi nanciamiento al terrorismo y proliferación de armas masivas, que penaliza fuertemente estas prácticas ilegales de los contrabandos, los sobornos, el tráfi co de infl uencias y otra larga lista de infracciones.

El único problema, una vez aplicada la ley con tal rigor, es que no haya cárceles sufi cientes para meter en ellas a todos los hombres del maletín (y a sus benefi ciarios), que se mueven sigilosos para sustraerle al Estado los ingresos legítimos que debe percibir como impuestos fi scales, y de paso inundan el mercado de productos y servicios de tantas porquerías.

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