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Gimbernard, un navegante a contracorriente

Su pluma destilaba maravillas igual que los magistrales sonidos de su violín. Sus manos la guiaban como si tuviera entre ellas su inconfundible batuta de director de orquesta.

Su memoria, prodigiosa, siempre estaba atenta al conocimiento, a la sapiencia, a la labor fundadora.

Jacinto Gimbernard acaba de morir y con él se termina una época gloriosa para la cultura dominicana donde el valor de la inteligencia podía mucho más que la fuerza del dinero.

Junto a su obra como instrumentista y director de orquesta, sobresalió como escritor, siempre volando alto a pesar de su manera de entender que la inmortalidad llegaba cuando más silenciosa fuera la vida.

Fue un navegante solitario, siempre a contracorriente, pero no pasó inadvertido para los grandes dominicanos.

Manuel Rueda lo descubre y lo lleva como una de las principales firmas del suplemento Isla Abierta, del periódico Hoy. A la muerte del meritorio poeta montecristeño, fue designado como director ejecutivo de la Fundación Corripio, desde la cual realizó una valiosa función que le ganó el cariño y el respeto de la sociedad dominicana que lo vio como un ejemplo a seguir, tanto en el terreno cultural como en el de las ideas y en la conducta personal.

Ante su muerte, el país pierde a un ser insustituible, a uno de esos hombres que solo miran de frente y que con educación, finura y firmeza, expresan sus verdades y señalan los males que nos aquejan.

En tiempos donde el país necesita paradigmas en todos los campos de la vida nacional, la figura de Jacinto Gimbernard es un ejemplo a imitar. Hombres como él no mueren. No pueden morir. No van a morir jamás porque: “Dejan huellas profundas en el lomo más fiero y en el pecho más fuerte”.

Él sobrepasó la impronta del músico, del escritor, del ejecutivo. Para nosotros simboliza la imagen del ser insustituible.

Paz a sus restos.

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