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Las cuñas de la impunidad

En un país sumido en flaquezas institucionales a nadie debería ruborizarle el hecho de que haya tanta impunidad frente al delito, sea cual sea su naturaleza, porque esto es plato de cada día en nuestra justicia.

La impunidad la logran los delincuentes por muchísimas vías; unas violentas, otras sutiles, pero más que nada crematísticas porque, como dice el refrán, “por la plata baila el mono”.

En todo proceso que implique descubrir, apresar, llevar a juicio y condenar a los imputados de un homicidio, un robo, una estafa al Estado, una engañifa financiera, un tráfico ilegal o el lavado de activos, siempre aparece por el medio la cuña que procura la impunidad.

Y como existen mecanismos jurídicamente flexibles para prolongar juicios o para rechazar pruebas contundentes, hay aquí un amplio campo de maniobras para que acusados y abogados sabichosos, encuentren las puertas que eluden las condenas.

Pero más allá de estas facilidades objetivas, hay otras formas de enturbiar o desacreditar intencionalmente un proceso para invertir los papeles y presentar a los verdaderos delincuentes como ángeles inocentes, víctimas de una injusticia o una vulgar persecución.

Esto último es lo que estaría ocurriendo, según nos ha dicho una fuente confiable, en torno al delicado trabajo que está realizando el procurador general de la República, Jean Alain Rodríguez, para desentrañar la trama de corrupción de Odebrecht y otros escándalos de corrupción.

El jefe del ministerio público no solo está sometido a una fuerte presión mediática, sino a una campaña por las redes sociales que trata de presentarlo como una autoridad comprometida con la corrupción, incapaz para conducir estas investigaciones, o como un magistrado desconfiable.

Zarandear la autoridad del ministerio público también es una forma de dinamitar un proceso que, por la magnitud de las sumas envueltas en la corrupción de funcionarios del Estado, hace inevitable que las fuerzas de la impunidad trabajen a todo vapor para conseguir sus objetivos.

Porque se sabe, por las experiencias, que impunidad no es solo la no condena de un delito, sino el retraso intencional de los procesos, la manipulación de las investigaciones, la compra de perdones o la franca desaparición o desnaturalización de las pruebas.

Y, de paso, desacreditar al máximo al que está llamado a aplicar justicia, pura y simple, sin ataduras, es también otra vía eficientísima para estos perversos fines.

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