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EDITORIAL

Un elefante en la cristalería

Con apenas diez días en el poder, Donald Trump ha alborotado al mundo con trece órdenes ejecutivas que constituyen la zapata de una política que pretende “hacer de nuevo grande a los Estados Unidos”, pero que preanuncian tiempos turbulentos.

Con algunas de ellas quebró el espinazo del esquema de su antecesor, tanto en el aspecto de la salud (Obamacare y el fi nanciamiento a las campañas de aborto), como en el de la alianza económica transcontinental Asia-Pacífi co, la seguridad fronteriza y el programa de refugiados, que se parece a un sismo de muchos grados Richter y muchas réplicas igualmente intensas.

Rápidamente se ha generado un frente de adversarios, a lo interno y lo externo de Estados Unidos, que le han tornado vidrioso el camino hacia la implantación de una nueva doctrina que, inspirada en la de Monroe (América para los americanos), se afi nca en la premisa “Estados Unidos primero”, pase lo que pase.

Con las multitudinarias protestas en contra de sus posturas sobre las mujeres y ahora con la prohibición de entrada a ese país de los ciudadanos de siete naciones musulmanas, más las que les esperan con la construcción del muro en la frontera con México, queda preparado el escenario para una reactualización de la leyenda de Los Mosqueteros, de la edad media, pero en lugar de tres, solo hay uno lidiando contra todos.

El mosquetero Trump parece decidido a desenvainar espadas para imponer su sueño de una nación más grande y poderosa de lo que es y ha sido en más de un siglo, aunque sea a costa de romper los esquemas en que se ha sustentado esa supremacía, con todas sus consecuencias.

Los que escudriñan sus ideas e intenciones o sus más arraigadas convicciones sobre la política y la economía buscándole sentido o sustento a sus utopías, como lo acaba de hacer el mexicano Carlos Slim, uno de los colegas de Trump en el selecto club de los multimillonarios del mundo, creen adivinarle su estrategia.

Para Slim, el presidente Trump no es un “terminator” sino un “negotiator” que sabe provocar y llegar a la mesa de las negociaciones con un golpe de fuerza, calibrar la reacción del interlocutor e imponérsele, si le percibe débil, o entenderse y cerrar el trato equilibrado si resultase tan fuerte, astuto e indoblegable como él.

Esta es la prueba de pulso a la que Trump convoca ahora a un mundo estremecido e impactado por sus decisiones.

Y en esa prueba el que pestaña, pierde.

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