Fidel, entre el baldón y la honra

Entre baldones y honras, así esculpió Fidel Castro su imagen de dictador e icono guerrillero, aborrecido por quienes luchan por la libertad en democracia y exaltado por aquellos a quienes sus convicciones y hazañas de combate lo convirtieron en paladín revolucionario en un tiempo en que las dos ideologías predominantes en el mundo peleaban por la primacía.

Ahora que muere a los 90 años, estos sentimientos encontrados confluyen entre partidarios y enemigos, los que confían, como Fidel, en que la historia absolvería sus “pecados revolucionarios” y los que esperan que el veredicto implacable de su condena.

Mientras el mundo reacciona a esta desaparición física de Fidel Castro, ya Cuba parecía estar preparando una vuelta de página a la historia tomando rumbos insospechados en el escenario de la política internacional y en el mismo plano interno mientras el líder agotaba su ciclo vital en una casi total reclusión, a causa de su mala salud, bastante lejos de las tribunas en las que forjó un liderazgo grande, histórico y único en América Latina.

En esos años, su relevo en el mando, Raúl Castro, ha propiciado algunos giros importantes que reajustaban y aceitaban la maquinaria del sistema político revolucionario imperante en Cuba, abriéndola poco a poco al resto del mundo para que los nuevos vientos de la modernidad y la globalización suavizaran el rigor de su aislamiento y encierro.

Fidel Castro deja un enorme legado. Cada quien, según sus convicciones ideológicas, lo interpretará a conveniencia.

Pero lo indiscutible es que, desde su juventud hasta su muerte, fue fiel a unas ideas en las que creía ciegamente y en las que se apoyó para instaurar en Cuba un régimen revolucionario comunista nacido de la insurrección guerrillera, y esta sola hazaña fue tan impactante que se tornó viral en gran parte de América bajo el sello del “foquismo”, poniendo en evidencia un carisma contagiante, tal vez irrepetible.

Que se conservara en el poder por más de medio siglo, pese a los éxitos o fracasos de esa revolución, esquivando todas las tramas y trampas de sus enemigos, sobreviviendo a numerosos intentos de aniquilarlo, y que desde su retiro siguiera siendo el guía de un proceso y de un sistema que no tiene paralelos ni semejanzas en América Latina, es razón suficiente para considerarlo uno de los grandes hombres de la historia moderna, para bien y para mal.

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