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EDITORIAL

¡Para de matar!

Para apretar el torniquete que detenga la hemorragia de los feminicidios en el país hay que triturar primero el machismo.

En el tuétano de los hombres persiste todavía la creencia de que es un ser superior a la mujer y que esta debe subordinarse a todos sus actos y caprichos.

El machista se cree en libertad de ser celoso, adúltero, sinvergu¨enza, abusador o depravado sexual y cuando siente que una de estas “cualidades” queda en entredicho o es denunciada por la mujer, recurre a la parte animal de sus instintos para matarla, desfi gurarla o convertirla en trizas.

Por actuar bajo estas falsas potestades, que les vienen dadas por una cultura en la que se le reconocía la primacía social y jerárquica en la familia o en la sociedad, es que muchos hombres mandan cada año a la tumba a más de 100 mujeres, parejas o exparejas, en una espiral sangrienta que abochorna la sociedad dominicana.

Aun cuando las respuestas punitivas de la justicia han sido cada vez más duras… aun cuando las condenas en prisión se convierten en un taladro permanente que infi ciona su conciencia y los hace arrepentirse… aun cuando paga con su propia vida, con el suicidio, la maldad de asesinar a su pareja o expareja… a pesar de las campañas sistemáticas de la sociedad contra esta violencia, los feminicidios siguen.

Lo que cabe, entonces, es atacar directamente la mentalidad machista, mostrarle al hombre que la humanidad ha evolucionado y que se impone la igualdad de derechos y deberes entre él y la mujer, y que defi nitivamente no está por encima de ella ni nadie le autoriza a sojuzgarla, a desconsiderarla o a creerla inferior.

Mucho menos a tomar la justicia por sus propias manos, amparado en la excusa de los celos o “motivos pasionales”, para sentirse autorizado a aniquilar a su mujer (y a veces hasta a sus propios hijos), en el clímax de una locura irracional e injustifi cable.

En verdad, cuando hace esto deja de ser un verdadero hombre. El hombre que asume su real y natural condición genérica, afi ncado en valores y convicciones morales, no mata, no atropella, no abusa de una mujer, y el que pretenda alegar que lo hace por “motivos pasionales”, sencillamente está poniendo al desnudo su falsa virilidad, su mal entendida hombría.

En este día en que el mundo hace un alto para recordar a las mujeres víctimas de sus asesinos, abusadores o violadores, solo se nos ocurre lanzar a los cuatro vientos el que ha sido nuestro consistente reclamo a los presuntos “machos”: Por Dios ¡Para de matar!

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