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EDITORIAL

La ley y la autoridad, desafiadas

Con más de seis mil delincuentes prófugos o fuera del alcance de la justicia, la ley y la sociedad dominicana se encuentran hoy ante uno de sus más graves desafíos.

No puede vivir tranquila una sociedad que comprueba, día a día, con sus ojos, cómo la justicia y la autoridad son blandas para hacer que los criminales o delincuentes estén en las cárceles y no en las calles, atracando y matando.

Y en la medida en que hemos llegado a tolerar que cualquier persona viole la ley y, con más frecuencia e intensidad, las del tránsito, en ese mismo grado desaparece todo freno a la inconducta, todo miedo a las consecuencias, y se diluyen todos los recursos de la disuasión y de la prevención.

Desaprensivos que han matado y han sido condenados a penas máximas, pero que nunca han cumplido un día en la cárcel, aparecen de repente secuestrando y robando a la Defensora del Pueblo; y de la misma manera decenas de rateros se mueven libres en las calles y ejercen capacidad de venganza o retaliación contra sus mismas víctimas o sus familias, si estas los denunciaron.

Las mujeres abusadas o violadas ya ni siquiera se animan a sostener sus acusaciones contra los culpables en los tribunales, porque de nada les sirve. Y así piensan y actúan, inclusive, decenas de ciudadanos que sufren atracos y ni siquiera los reportan a la autoridad.

¿Para qué? Se preguntan.

Este clima de permanente desafío a la ley y a la autoridad es la mayor enfermedad de la sociedad dominicana actual, reversible solo si aparece la voluntad política para hacer que la autoridad se amarre bien los pantalones y la justicia le corresponda como debe ser, ejemplificando el castigo, que eso es lo que ha faltado.

Ejemplos para ilustrar esta metástasis de la ley y la autoridad los tenemos a diario, y por montones. Uno reciente: el chofer temerario que con el rebase de una patana causó el accidente en el que murieron 18 misioneros evangélicos hace pocas semanas, es el mismo que, como el típico medalaganario que se la busca todos los días al volante de un concho, una voladora, una patana o un camión, se metió por la ciclovía de la avenida Winston Churchill, poniendo en riesgo más vidas.

A este, como a tantos miles de delincuentes novatos o profesionales, no les pasará nada. La sociedad no es capaz por el momento de cobrarles a ninguno de ellos los daños y burlas a la ley, que al final son burlas a la misma sociedad en su conjunto, y por cuya culpa aparece resquebrajado el principal armazón sobre el cual se debería sostener la convivencia social, para la paz y la civilidad.

Todos conocemos la enfermedad que está abatiendo en estos momentos a nuestra sociedad. Y sabemos cómo y con qué se remedia.

¿Qué falta entonces?

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