¿De qué nos morimos?
Las autopsias hablan por sí mismas y revelan, indubitablemente, de qué morimos, una información valiosa que debería servir al Gobierno para reenfocar sus programas de prevención en materia de salud pública.
Las más de dos mil pruebas de patología que ha realizado en los últimos meses el Instituto Nacional de Ciencias Forenses han arrojado mucha luz sobre las principales causas de muertes en el país, determinándose que en el caso de las muertes maternas el factor detonante ha sido la hipertensión arterial.
Y en el caso de las muertes naturales, un 37 porciento las provoca el endurecimiento de las arterias, tanto cerebrales como coronarias, causando más bajas entre hombres de 45 a 65 años que en mujeres.
La cantera de información útil que tiene el INACIF es suficiente como para que sirva de base al trazado de políticas de prevención y atención de estas patologías, en particular, así como para estudiar más a fondo el proceso que acompaña a las enfermedades infecto-contagiosas, que por lo general afectan de tiempo en tiempo a amplias capas de la población.
Aunque el Instituto realiza autopsias en casos de muerte natural o violenta, determinando en las primeras por qué se produjo un deceso, no dejan de ser igualmente interesantes los hallazgos que ha logrado al examinar a víctimas de la violencia que, en el momento del deceso, padecían alguna patología en progreso.
Esto también brinda información a las autoridades de Salud Pública para enriquecer sus registros de enfermedades comunes letales y poner especial atención a las más prevalentes, en cualquiera de ambas circunstancias.
Así como el Gobierno luce empeñado en actualizar sus registros sobre la violencia y la criminalidad, para atacar con un plan integral de acción la delincuencia y la inseguridad ciudadana, del mismo modo que lo hará respecto a los daños sufridos por el medio ambiente y los recursos naturales, también debería proponerse un cambio de prioridades en el sector salud, para atacar las principales causantes de muertes en el país.