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Epidemia de ruidos

Por lo que indican las estadísticas que maneja el sistema nacional de emergencias 9-1-1, el ruido que se genera en la capital ha desatado un aluvión de quejas por parte de la ciudadanía.

Suman centenares los reportes formales que denuncian esta epidemia perturbadora de la tranquilidad y el sosiego en nuestras diferentes barriadas, pese a los continuos operativos que ejecuta el 9-1-1 para retirar las bocinas de negocios que impenitentemente violan las normas en este sentido.

La contaminación sónica, como se le llama a este fenómeno, es un componente más del cuadro de situaciones que afectan el hábitat capitaleño y que se traduce en perniciosos daños al medio ambiente.

Los ruidos provienen, mayormente, de los altos volúmenes con que negocios callejeros, fijos y móviles, difunden música y anuncios, así como aquellos generados por equipos de construcción que cavan terrenos, los bocinazos de los vehículos durante los tapones, las plantas eléctricas domésticas o comerciales y los mufflers de motocicletas y vehículos de cuatro ruedas, entre otras fuentes.

Esta contaminación sónica altera los ánimos, impide el descanso y el sueño, causa o profundiza el estrés acumulado de la gente que vive y trabaja en medio de tensiones, dificultades y ansiedades, y pone al descubierto un problema de cultura de irrespeto a la ley que regula los ruidos.

Así como la delincuencia genera temores y recogimientos que limitan la libertad de tránsito de las personas, así la epidemia de ruido que sufrimos hoy limita el derecho de todos a vivir en un ambiente de paz y tranquilidad donde nada perturbe el ambiente de silencio de los hogares o clínicas y hospitales en las moches, que es lo que está pasando actualmente.

Se precisa de una acción más contundente de las autoridades para poner bajo un control más estricto las emisiones que generan esta contaminación sónica en la capital, una de las causas potenciales que hacen de ésta una metrópolis invisible.

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