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Las buenas noticias que no se conocen

No hay fuerza más grande y poderosa que el amor que se prodiga al prójimo en situación de necesidad. Y si esa vocación se hace permanente, consciente y valiente, el mundo entonces puede cambiar en la dirección en que aspira una humanidad deseosa de paz, progreso y libertad.

Una premisa indiscutible es esta: para cambiar al mundo, primero tenemos que cambiar nosotros... para mejor.

La prueba fehaciente de que esto es verdad la dan más de 130 mujeres que fueron postuladas a la premiación anual del Banco BHD “Mujeres que cambian el Mundo”, de las cuales tres sobresalieron entre diez semifinalistas, por la dimensión de la obra social y humana que han desarrollado en distintos campos.

Esas mujeres, doña Ernestina Grullón, maestra de 90 años de edad; la caficultora María Isabel Balbuena y la doctora Solange Soto, se han entregado de alma y corazón a luchar por el bienestar del prójimo en sus comunidades, sin vacilaciones.

Las historias de los sacrificios y esfuerzos de estas tres ilustres dominicanas, contadas por ellas mismas en una visita al LISTÍN DIARIO, bastan para llenar de orgullo a la sociedad dominicana, porque revelan que por encima de las malicias con que actuan muchos ciudadanos, los estropicios que causan otros al bien común o a la solidaridad humana hay corrientes de amor que nos salvan de la ruina.

Uno de esos ejemplos es el de doña Ernestina. Durante más de 45 años ha estado dedicada a ofrecer educación especializada a niños y adolescentes pobres que nacieron o desarrollaron discapacidades. Lo hizo sin esperar la ayuda del Estado. No percibe salario por esa misión, pero gracias a las ayudas de fuentes privadas generosas su escuela puede dar esas atenciones a mas de 600 menores en Katanga, de Los Mina.

La caficultora Balbuena promueve el “café femenino”, desde una organización de mujeres del Sur que siembran, podan, cosechan y exportan café, mientras la doctora Soto, de 64 años, se dedica a salvar niños que nacen con Sida y a dar apoyo emocional y profesional a sus padres o tutores.

Como ellas hay miles de mujeres dominicanas consagradas al bien.

Esa es la buena noticia que pocos conocen en el país.

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