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Cerrando el capítulo electoral

Con la emisión ayer del veredicto que oficializa el triunfo de la candidatura del presidente Danilo Medina, de 21 senadores, 59 diputados y 148 alcaldes de diferentes partidos, se despeja el camino para dar por completado y cerrado el capítulo de las elecciones generales del pasado día 15.

Quedan pocas candidaturas a nivel congresional y municipal por ser oficializadas, lo que es un asunto de horas, con lo cual se pondrá punto final al proceso.

Pese a todos los traumas que han acompañado a la jornada, dos detalles resultan sobresalientes: ninguno de los 16,670 colegios electorales fue impugnado y no se detectaron errores de cómputos en las actas electrónicas de votación.

Los problemas que retrasaron la oficialización de las candidaturas en los niveles congresionales y municipales tuvieron su origen, fundamentalmente, en el conteo manual de las boletas, un procedimiento que se presta a muchas vulnerabilidades dentro de los mismos colegios electorales.

La tradición tramposa que ha matizado muchos de nuestros comicios suele manifestarse en este escenario, donde los delegados de los partidos tienen cierta capacidad para influir en la validez de los votos que emiten los ciudadanos, ya sea anulando u objetando a candidatos contrarios a su partido o alianza a la que pertenece, o en casos más críticos rehusando firmar las actas finales y denunciando fraude, cuando el resultado les es adverso.

El conteo electrónico estaba concebido, justamente, para evitar este punto de conflicto, pues le quita a los delegados capacidad de maniobra para modificar o retorcer resultados; supera los tranques y dilaciones que, en los modelos anteriores, acompañaban la verificación manual y agiliza el escrutinio, ahorrándole al país las tensiones y peligros que se originan, como acaba de pasar, cuando los perdedores se resisten a aceptar su realidad.

Las condiciones en que han debido trabajar las juntas municipales y del Distrito Nacional para el conteo y reconteo de los votos con las actas disponibles han sido difíciles, porque representantes de partidos de oposición acudieron en grupos, muchas veces airados o agresivos, para presionarlas o intimidarlas.

Esta conducta agresiva ha sido repudiada por los sectores más sensatos de la sociedad, es decir, por la mayoría que acudió con orden, espíritu cívico y sentido del deber a depositar sus votos para escoger a las nuevas autoridades de los poderes públicos para el cuatrienio 2016-2020 en una fiesta democrática, no en una guerra cruenta.

Los eventos que siguieron al día de las votaciones son, en la historia electoral dominicana, los epílogos infaltables que siempre pretenden cambiar el curso de la voluntad popular. Pero por encima de estos partos dolorosos, la democracia siempre sale airosa de sus pruebas. Y ésta ha sido una de ellas.

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